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"Usted no aprende, Fernández"
El escritor argentino Macedonio Fernández escribió, hace ya casi un siglo, algo así como que la realidad y él habían nacido el mismo día y que, aunque algunos dijeran que la realidad nació antes, a él, y a nosotros, no nos consta.
Hoy, otra Fernández, Teresa, aquí, en España, cumple 94 años y los cumple en cuarentena, algo que, supongo, será poca cosa para ella comparada con lo que le ha tocado vivir a ella en esta vida.
Teresa es parte de nuestra historia, ella, como tantas otras, es la memoria viva de esto que llamamos España, de su tragedia y de su inmensa capacidad para superar los momentos difíciles, la nuestra: nuestra capacidad para atravesar el tiempo y sobrevivir a pesar de la adversidad de las circunstancias que nos han tocado vivir.
Teresa, hoy, hablando con su familia:
Ella es la historia de esto que llamamos España, algunos con incomprensible vergüenza y otros con peligroso orgullo: después de todo no somos más que otra parte del mundo, le llamemos a esto como le llamemos.
Y su memoria, la de Teresa, es nuestra memoria, su historia es nuestra historia.
Nuestra realidad y ella nacieron el mismo día
Hoy que nos rodean los bichos, bichos invisibles que nos obligan a no salir de casa para cuidarlos a ellos, a nuestros mayores, tanto como ellos nos han cuidado a nosotros, hoy, en esta situación excepcional, Teresa cumple 94 años. Los cumple en cuarentena, desde su bonita casa en un pueblo de la sierra de Madrid, rodeada de las plantas y los árboles de su jardín, y algunos de sus hijos.
Recuerdo cuando la visité, junto con mi amiga Isa, ahí, en su casa, para entrevistarla. Recuerdo que, desde las ventanas, mientras ella nos contaba su historia, la historia de esa realidad que nació con ella, podíamos ver el mayor símbolo de la infamia de la historia reciente de este lugar del mundo al que llamamos, algunos con absurda vergüenza y otros con peligroso orgullo, España.
Esa cruz que corona un monumento en honor a un asesino, a aquel dictador que signó y sembró de dolor la vida de ella, de sus hermanos y de su madre y de tantos otros. De ese tirano homicida que llenó de miedo y horror su infancia, su juventud y casi medio siglo de su vida.
Vistas del Valle de los Caídos desde la casa de Teresa:
Teresa tenía diez años cuando empezó la guerra. Vivía con su madre y sus tres hermanos en Madrid, al lado de la Gran Vía. Ahí vivió los bombardeos incesantes de los nacionales que sembraron de cadáveres las calles de Madrid. Teresa vivió correr al metro o al edificio de Telefónica para refugiarse y no morir bajo los bombas. Vivió ser separada de su madre y ser enviada a una colonia infantil en la frontera con Francia. Vivió la huída al país vecino en camiones atestados de niños con sarna y piojos, hacinados días y días con la incertidumbre de si los dejarían o no pasar por la frontera mientras los nacionales entraban en Barcelona. Vivió la experiencia de ser adoptada junto a sus pequeños hermanos por una generosa familia francesa que les dio cobijo en lo peor de la guerra. Vivió estar separada de su madre tres años sin noticias la una de la otra, sin saber nada de ella. Vivió regresar a España, ya en manos del fascismo, y ser internada en un colegio de monjas. Teresa cumplió trece años un día como hoy, un 26 de marzo: dos días después caía Madrid y, ese día, todas las iglesias y conventos tocaron sus campanas para celebrar el triunfo del fascismo y la derrota de la República. Las monjas, cuenta Teresa, colgaron de una viga muñecos de tamaño real hechos con arpillera y serrín. Muñecos de Azaña y otros políticos y obligaron a los niños, republicanos como ella, a clavarles cuchillos y tenedores hasta que no quedó nada de ellos. Mientras tanto, las campanas de las iglesias doblaban celebrando el triunfo de los asesinos. Por eso Teresa, desde entonces, no puede escuchar campanas sin sentir un escalofrío.
Teresa de niña:
Teresa y sus tres hermanos lograron reencontrarse con su madre y regresar a Madrid. Vivieron el frío y el hambre, la miseria y el dolor con la que la guerra hace pagar a los derrotados su supervivencia en la postguerra. Vivió el estigma. Vivió la represalia de un sistema cruel, clasista y despiadado: la represión de una ideología asesina que ahora, en aquella España nacional, era la única ideología. Vivió casarse en un cuartucho en vez de en la iglesia por ser pobre y no poder pagar las flores. Vivió el miedo de no poder contar su historia durante la mitad de su vida. Vivió el ver cómo la democracia no le devolvía la memoria ni castigaba a los asesinos de tantos, aquellos monstruos que transformaron su realidad en una pesadilla…
Vivió mucho Teresa, y mucho de lo que vivió no lo viviremos nosotros en toda nuestra vida. Y mucho de lo que vivió Teresa hace parecer a esta cuarentena de hoy como algo mucho más superable que todo el dolor, la represalia, el hambre, el frío y la pobreza que su madre, sus tres hermanos y ella vivieron gran parte de esta, su vida.
Y, sin embargo, Teresa siempre ríe y siempre se preocupa porque los demás, nosotras y nosotros que la escuchamos, riamos con ella.
Hoy, que estamos encerrados por culpa de de este bicho invisible que nos infecta, me acordé de ti, Teresa, y tu hija, Cristina, nuestra amiga, me recordó que hoy cumplías 94 años. Y recordé aquel día del año pasado cuando, con Isa, fui. Aquel día que te entrevistamos para el «A Vivir Verano» de Lourdes Lancho, en la cadena Ser. Aquel día en que te conocimos a ti y a tu maravillosa familia. Recuerdo que nos ofreciste café y bizcocho casero. Y, cuando regresamos a casa, me llevé tu historia, medio bizcocho y tu risa.
Teresa hoy cumple 94 años en cuarentena. Y estos días, desde mi cuarentena, pensé en ella, en Teresa. Y pensé que, por primera vez en su vida, Teresa cumple años sabiendo que allí, a lo lejos, debajo de esa cruz inmensa e insultante que, desde el horizonte, le recuerda constantemente a los asesinos, ya no está, hoy, el cuerpo del dictador homicida.
Ya no.
Este año no.
Ahora la cruz es menos infame, es menos indigna, porque ya no tiene a sus pies a ese otro bicho que mató y arruinó tantas vidas. No hablo de los bichos de hoy, que nos obligan a aislarnos en esta cuarentena, hablo de ese otro bicho: el dictador homicida.
Poco tiempo le parecerá a Teresa esta cuarentena comparada aquello que vivió ella y su familia.
Teresa el año pasado escuchando la radio en su casa:
Como escribió ese otro Fernández, Macedonio, el escritor argentino, hace ya casi un siglo: ¿Otro año que cumple años, Fernández? Usted no aprende: cada año que pasa vuelve a cumplir usted un año cada doce meses…
Hoy, cada uno desde su casa, aquí, en Mongolia, levantamos una copa de cava, vino, agua o cerveza para brindar por tí, Teresa. Y brindamos por tu cumpleaños y porque cumplas muchos más. Por tu humor, a pesar de todo, y porque eres nuestra memoria, tu historia es nuestra historia y porque nos recuerdas, siempre entre risas, que no es nada esta cuarentena comparada con lo que te ha tocado a ti vivir en esta vida.
Feliz cumpleaños y, te advierto, amiga, que cuando termine la cuarentena te iremos a visitar desde Mongolia y espero poder llevarme, otra vez, medio bizcocho a casa. Tu bizcocho y tu historia que es ya, también, la historia mía.
Tú y la realidad nacieron el mismo día, algunos dicen que la realidad nació antes pero a nosotros, Teresa, no nos consta.
¡Feliz cumpleaños, amiga!
Gracias a Manuela Bergerot, Emilio Silva, Isabel Bolaños, Lourdes Lancho, y a Cristina, hija de Teresa y, como no, a ella, a Teresa, por ser un ejemplo de vida, humor y resistencia.