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Por un 2024/232 republicano y librepensador
La nueva agenda de ‘Mongolia’, que recupera el calendario que implantó la Revolución francesa, está dedicada este año a la tradición laicista
La agenda republicana de Mongolia, la única que hace compatible el calendario gregoriano con el que crearon los poetas y científicos racionalistas de la Revolución francesa, regresa un año más y ya con el convencimiento de que está aquí para quedarse.
Aunque quién sabe: también debía de ser este el espíritu de los impulsores del calendario revolucionario, convencidos de estar en “el lado correcto de la historia” y de poner su creatividad —¡y la ciencia!— al servicio de un nuevo mundo que iba a erradicar el oscurantismo derivado del vasallaje obligatorio al trono y al altar. Y ya saben: el experimento duró apenas 13 años y fue suprimido de cuajo por Napoleón Bonaparte.
Pese a ello, el calendario que aspiraba a liberar la vida cotidiana de la religión católica y conectarlo con la naturaleza y sus ciclos se mantuvo en el imaginario del republicanismo más insumiso y vinculado a las clases populares de generación en generación hasta el punto de que revivió fugazmente durante la Comuna de París décadas después. Y ya bien entrado el siglo XXI, ha vuelto con fuerza —¡el año pasado se agotaron los 1.000 ejemplares editados!— en el lisérgico universo paralelo construido por Mongolia desde su particular Triángulo de las Bermudas: Madrid, Barcelona y Buenos Aires, con permiso de Lisboa. Es decir: la mismísima reserva espiritual de Occidente.
Ni blasfemias ni monarquía
Los revolucionarios que en 1793 pusieron el calendario revolucionario en pie perecieron todos en su intento de crear un mundo mejor y acabaron devorándose los unos a los otros con un furor extraordinario, que alcanzaba el éxtasis en la guillotina. Pero su entusiasmo no fue en vano: antes de liquidarse entre ellos, pusieron el mundo patas arriba y derribaron algunas de las rémoras más esperpénticas del Antiguo Régimen, como el delito de blasfemia y la existencia misma de la monarquía.
Lamentablemente, más de dos siglos después en España todavía sobreviven restos de ese mundo ultramontano: ahora la monarquía trata de asegurarse su supervivencia otra generación más con el ensalzamiento de Leonor, a la que intentan convertir incluso en icono feminista pese a que el país ya tuvo reinas “constitucionales” en el siglo XIX, mientras que el delito de blasfemia sigue sólidamente anclado en el “Código Penal de la democracia” a través de las “ofensas a los sentimientos religiosos”, eufemismo que facilita su anacrónica continuidad a pesar de que es incompatible con cualquier democracia liberal que se precie.
Lo ha comprobado en sus propias carnes Mongolia, asediada por cuatro querellas por una portada con un inofensivo belén satírico, presentadas por grupos ultracatólicos —Abogados Cristianos, Hazte Oír, Manos Limpias y el movimiento carlista— que utilizan los tribunales para acosar a los herejes, cual modernos inquisidores. Por suerte, Mongolia cuenta con el respaldo granítico de un entusiasta pueblo mongol, del que formas parte, que se moviliza cada vez que matadores, matones o santurrones quieren silenciarnos, con lo que estamos seguros de que tenemos Mongolia para rato y manque pierda.
Laicismo aún pendiente
A la vista de que los vientos que llevaron a la Revolución francesa —y antes, a la americana— todavía no han llegado por completo a España, sobre todo en lo referente a la separación total entre Iglesia y Estado, el hilo rojo que recorre la agenda de este año es el laicismo, uno de los puntos cruciales de la tradición republicana. Y es que el modelo político surgido de la Transición todavía sigue en este aspecto muy lejos de lo conseguido durante la II República, esa sí laica y equiparable al modelo francés, una experiencia que fue aplastada por el golpe de Estado del general Franco, quien aspiraba precisamente a hacer correr hacia atrás las agujas del reloj hasta situarlas en el mundo del Antiguo Régimen anterior a 1789.
Esta es nuestra historia, la más triste, sin duda, como escribió el poeta Jaime Gil de Biedma, porque termina mal: con la losa nacionalcatólica todavía condicionando nuestras vidas y obligándonos a gastar dinero en procedimientos judiciales por “ofensas a los sentimientos religiosos”, quién sabe si impulsados desde alguna oscura celda donde cumplen pena los corruptos extorsionadores, desde la guarida secreta de una peligrosa secta en México o desde los mismos matorrales donde cagaba el infante Carlos María Isidro de Borbón.
Es por ello que el foco de la nueva edición de la ya famosísima agenda republicana de Mongolia, así como sus efemérides y locuras infinitas, está puesto sobre los abusos del nacionalcatolicismo y se homenajea a los librepensadores y librepensadoras que trataron de liberarnos de semejante yugo. Y es que en la historia de este país, el laicismo se las ha visto, y se las ve, sobre todo con la santa madre Iglesia, católica, apostólica y romana, y es por esto que le dedicamos nuestra atención preferente, amén. Pero que nadie se confunda: Mongolia considera patéticas todas las religiones y todos sus profetas, y tiene el firme propósito de seguir burlándose de todas ellas, se ofendan o no sus fieles, sus dioses todopoderosos o sus insignes representantes en la Tierra.
Recibimos el año nuevo, pues, con la alegría de no tener que pedir permiso a nadie para nada y de seguir vivos, a pesar del capitalismo salvaje imperante, que no es el mejor marco para una revista independiente e insumisa como Mongolia; del auge de ultras de todo pelaje y condición, y del poco sentido del humor de tantos camaradas convencidos de que ellos, y solo ellos, van a salvarnos y redimirnos de todos los pecados. Mongolia no aspira a estar “en el lado correcto” de nada y, gracias a Dios, nadie tendrá que justificarse ya nunca ante Robespierre o Saint-Just de las irreverencias que pueblan las siguientes páginas y el propio universo mongol. Así que celebremos la joie de vivre, estar vivos, y renovemos nuestros votos para divertirnos hasta el último día, se ofenda quien se ofenda, sean los nuestros, los otros o todo lo contrario.
¡Viva el año 232, que en septiembre se transmutará, sin pecado concebido, en 233! ¡Vivan Mongolia y el pueblo mongol!¡Vamoooooooo!
El texto es la introducción de la agenda republicana de Mongolia para 2024 (calendario gregoriano) o 232-233 (calendario jacobino), que puede adquirirse en tienda.revistamongolia. com a 18,90€ (gastos de envío incluidos).
Aunque quién sabe: también debía de ser este el espíritu de los impulsores del calendario revolucionario, convencidos de estar en “el lado correcto de la historia” y de poner su creatividad —¡y la ciencia!— al servicio de un nuevo mundo que iba a erradicar el oscurantismo derivado del vasallaje obligatorio al trono y al altar. Y ya saben: el experimento duró apenas 13 años y fue suprimido de cuajo por Napoleón Bonaparte.
Pese a ello, el calendario que aspiraba a liberar la vida cotidiana de la religión católica y conectarlo con la naturaleza y sus ciclos se mantuvo en el imaginario del republicanismo más insumiso y vinculado a las clases populares de generación en generación hasta el punto de que revivió fugazmente durante la Comuna de París décadas después. Y ya bien entrado el siglo XXI, ha vuelto con fuerza —¡el año pasado se agotaron los 1.000 ejemplares editados!— en el lisérgico universo paralelo construido por Mongolia desde su particular Triángulo de las Bermudas: Madrid, Barcelona y Buenos Aires, con permiso de Lisboa. Es decir: la mismísima reserva espiritual de Occidente.
Ni blasfemias ni monarquía
Los revolucionarios que en 1793 pusieron el calendario revolucionario en pie perecieron todos en su intento de crear un mundo mejor y acabaron devorándose los unos a los otros con un furor extraordinario, que alcanzaba el éxtasis en la guillotina. Pero su entusiasmo no fue en vano: antes de liquidarse entre ellos, pusieron el mundo patas arriba y derribaron algunas de las rémoras más esperpénticas del Antiguo Régimen, como el delito de blasfemia y la existencia misma de la monarquía.
Lamentablemente, más de dos siglos después en España todavía sobreviven restos de ese mundo ultramontano: ahora la monarquía trata de asegurarse su supervivencia otra generación más con el ensalzamiento de Leonor, a la que intentan convertir incluso en icono feminista pese a que el país ya tuvo reinas “constitucionales” en el siglo XIX, mientras que el delito de blasfemia sigue sólidamente anclado en el “Código Penal de la democracia” a través de las “ofensas a los sentimientos religiosos”, eufemismo que facilita su anacrónica continuidad a pesar de que es incompatible con cualquier democracia liberal que se precie.
Lo ha comprobado en sus propias carnes Mongolia, asediada por cuatro querellas por una portada con un inofensivo belén satírico, presentadas por grupos ultracatólicos —Abogados Cristianos, Hazte Oír, Manos Limpias y el movimiento carlista— que utilizan los tribunales para acosar a los herejes, cual modernos inquisidores. Por suerte, Mongolia cuenta con el respaldo granítico de un entusiasta pueblo mongol, del que formas parte, que se moviliza cada vez que matadores, matones o santurrones quieren silenciarnos, con lo que estamos seguros de que tenemos Mongolia para rato y manque pierda.
Laicismo aún pendiente
A la vista de que los vientos que llevaron a la Revolución francesa —y antes, a la americana— todavía no han llegado por completo a España, sobre todo en lo referente a la separación total entre Iglesia y Estado, el hilo rojo que recorre la agenda de este año es el laicismo, uno de los puntos cruciales de la tradición republicana. Y es que el modelo político surgido de la Transición todavía sigue en este aspecto muy lejos de lo conseguido durante la II República, esa sí laica y equiparable al modelo francés, una experiencia que fue aplastada por el golpe de Estado del general Franco, quien aspiraba precisamente a hacer correr hacia atrás las agujas del reloj hasta situarlas en el mundo del Antiguo Régimen anterior a 1789.
Esta es nuestra historia, la más triste, sin duda, como escribió el poeta Jaime Gil de Biedma, porque termina mal: con la losa nacionalcatólica todavía condicionando nuestras vidas y obligándonos a gastar dinero en procedimientos judiciales por “ofensas a los sentimientos religiosos”, quién sabe si impulsados desde alguna oscura celda donde cumplen pena los corruptos extorsionadores, desde la guarida secreta de una peligrosa secta en México o desde los mismos matorrales donde cagaba el infante Carlos María Isidro de Borbón.
Es por ello que el foco de la nueva edición de la ya famosísima agenda republicana de Mongolia, así como sus efemérides y locuras infinitas, está puesto sobre los abusos del nacionalcatolicismo y se homenajea a los librepensadores y librepensadoras que trataron de liberarnos de semejante yugo. Y es que en la historia de este país, el laicismo se las ha visto, y se las ve, sobre todo con la santa madre Iglesia, católica, apostólica y romana, y es por esto que le dedicamos nuestra atención preferente, amén. Pero que nadie se confunda: Mongolia considera patéticas todas las religiones y todos sus profetas, y tiene el firme propósito de seguir burlándose de todas ellas, se ofendan o no sus fieles, sus dioses todopoderosos o sus insignes representantes en la Tierra.
Recibimos el año nuevo, pues, con la alegría de no tener que pedir permiso a nadie para nada y de seguir vivos, a pesar del capitalismo salvaje imperante, que no es el mejor marco para una revista independiente e insumisa como Mongolia; del auge de ultras de todo pelaje y condición, y del poco sentido del humor de tantos camaradas convencidos de que ellos, y solo ellos, van a salvarnos y redimirnos de todos los pecados. Mongolia no aspira a estar “en el lado correcto” de nada y, gracias a Dios, nadie tendrá que justificarse ya nunca ante Robespierre o Saint-Just de las irreverencias que pueblan las siguientes páginas y el propio universo mongol. Así que celebremos la joie de vivre, estar vivos, y renovemos nuestros votos para divertirnos hasta el último día, se ofenda quien se ofenda, sean los nuestros, los otros o todo lo contrario.
¡Viva el año 232, que en septiembre se transmutará, sin pecado concebido, en 233! ¡Vivan Mongolia y el pueblo mongol!¡Vamoooooooo!
El texto es la introducción de la agenda republicana de Mongolia para 2024 (calendario gregoriano) o 232-233 (calendario jacobino), que puede adquirirse en tienda.revistamongolia. com a 18,90€ (gastos de envío incluidos).