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Mongolia, contra la servidumbre
Comunicado firmado por Gonzalo Boye, en nombre de la Alta Dirección de Mongolia
Establece el artículo 20 de la Constitución de 1978 que:
1.- Se reconocen y protegen los derechos:
a) A expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción.
b) A la producción y creación literaria, artística, científica y técnica.
c) A la libertad de cátedra.
d) A comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión. La ley regulará el derecho a la cláusula de conciencia y al secreto profesional en el ejercicio de estas libertades.
2.- El ejercicio de estos derechos no puede restringirse mediante ningún tipo de censura previa.
La razón de ser de este reconocimiento y protección constitucional es clara y, sobre todo, cuando España venía saliendo de un oscuro periodo de dictadura; justamente de aquella de la que dicen nos sacó el abdicado monarca.
Sin embargo y justo en estos momentos, en que se supone que nos encontramos disfrutando de una sólida democracia, estamos viendo tristes episodios de restricción a derechos tan fundamentales como los de expresión y difusión de las ideas.
A diferencia de lo que ocurría en la época del Servicio Nacional de Prensa, en la actualidad la censura no la ejercita el Estado, al menos no directamente, sino a través de serviles empresarios y directores de medios que la aplican, incluso, con sus propios colaboradores, ya sean dibujantes, humoristas o corresponsales en Nueva York.
La censura previa y las represalias por publicar o difundir determinadas ideas se compagina mal o muy mal con la democracia y, quienes piensan que así sirven mejor a sus señores, como si de lacayos feudales se tratáse, se equivocan pero dejan ver, claramente, quiénes son y cómo entienden lo que es la democracia.
Desde revista Mongolia queremos solidarizarnos con todos aquellos que están viviendo episodios poco gratificantes de censura por parte de sus empresas o directores, con aquellos con los que compartimos miradas y, también, con aquellos con los que discrepamos porque la libertad de expresión no es patrimonio de unos pocos sino de todos aquellos que aspiramos a vivir en democracia.
El silencio es la peor de las complicidades porque cuando callan a unos nos callan a todos.
1.- Se reconocen y protegen los derechos:
a) A expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción.
b) A la producción y creación literaria, artística, científica y técnica.
c) A la libertad de cátedra.
d) A comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión. La ley regulará el derecho a la cláusula de conciencia y al secreto profesional en el ejercicio de estas libertades.
2.- El ejercicio de estos derechos no puede restringirse mediante ningún tipo de censura previa.
La razón de ser de este reconocimiento y protección constitucional es clara y, sobre todo, cuando España venía saliendo de un oscuro periodo de dictadura; justamente de aquella de la que dicen nos sacó el abdicado monarca.
Sin embargo y justo en estos momentos, en que se supone que nos encontramos disfrutando de una sólida democracia, estamos viendo tristes episodios de restricción a derechos tan fundamentales como los de expresión y difusión de las ideas.
A diferencia de lo que ocurría en la época del Servicio Nacional de Prensa, en la actualidad la censura no la ejercita el Estado, al menos no directamente, sino a través de serviles empresarios y directores de medios que la aplican, incluso, con sus propios colaboradores, ya sean dibujantes, humoristas o corresponsales en Nueva York.
La censura previa y las represalias por publicar o difundir determinadas ideas se compagina mal o muy mal con la democracia y, quienes piensan que así sirven mejor a sus señores, como si de lacayos feudales se tratáse, se equivocan pero dejan ver, claramente, quiénes son y cómo entienden lo que es la democracia.
Desde revista Mongolia queremos solidarizarnos con todos aquellos que están viviendo episodios poco gratificantes de censura por parte de sus empresas o directores, con aquellos con los que compartimos miradas y, también, con aquellos con los que discrepamos porque la libertad de expresión no es patrimonio de unos pocos sino de todos aquellos que aspiramos a vivir en democracia.
El silencio es la peor de las complicidades porque cuando callan a unos nos callan a todos.