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"La solución final", por Vázquez de Sola
El maestro propone la mejor solución para la inmigración
Se cuenta que, en tiempos de Franco, se sucedían ardientes manifestaciones reclamando la españolidad de Gibraltar. Durante una de estas algaradas frente a la embajada británica (protagonizada por “manifestantes” cuyo ardor patriótico amenazaba con convertirse, de mero coñazo reivindicativo, en serio problema diplomático con imprevisibles consecuencias) el embajador británico telefoneó a Fraga, por entonces ministro del Interior. Fraga, generoso y conciliador, ofreció al diplomático enviar más policías que protegieran la embajada.
"No, por favor", le respondió el inglés, "no envíe más policías. Envíenos mejor menos manifestantes…".
Esta anécdota me hace pensar en la amenaza, tan inquietante para nuestros gobernantes de la Unión Europea, de ser invadidos por tantos refugiados intentando salvar sus vidas. Vidas que estos mismos gobernantes europeos, con su OTAN, amenaza, destruye, aniquila. La respuesta de quienes intentan huir de nuestras agresiones, sería similar a la del embajador inglés: envíennos menos muerte y no vendremos a intentar salvar nuestras vidas…
La solución sería exterminarlos a todos, enterrados bajo su propia tierra y sus escombros, evitando así el coñazo, tan desagradable para nuestra exquisita sensibilidad, de ver a esos niños ahogados, ensuciando nuestras playas.
¡Con lo feo que está eso!
"No, por favor", le respondió el inglés, "no envíe más policías. Envíenos mejor menos manifestantes…".
Esta anécdota me hace pensar en la amenaza, tan inquietante para nuestros gobernantes de la Unión Europea, de ser invadidos por tantos refugiados intentando salvar sus vidas. Vidas que estos mismos gobernantes europeos, con su OTAN, amenaza, destruye, aniquila. La respuesta de quienes intentan huir de nuestras agresiones, sería similar a la del embajador inglés: envíennos menos muerte y no vendremos a intentar salvar nuestras vidas…
La solución sería exterminarlos a todos, enterrados bajo su propia tierra y sus escombros, evitando así el coñazo, tan desagradable para nuestra exquisita sensibilidad, de ver a esos niños ahogados, ensuciando nuestras playas.
¡Con lo feo que está eso!