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La clandestinidad de ayer y la cuarentena de hoy
“Mal de muchos, consuelo de muchos”, dice el cantante Alejo Stivel en un video que me manda por Whatsapp, contradiciendo la frase popular que asegura que dicho consuelo es, en realidad, de tontos. Así de individualista puede llegar a ser la cultura popular y más en tiempos de individualismo consumista. Pero yo estoy con Alejo: el ser humano es un animal social y, como tal, el consuelo de muchos es más consuelo que aquel que abarca solo a unos pocos.
En este domingo que amaneció nublado, Alejo me mandó este video de él leyendo un poema de Paco Urondo, gran poeta argentino, sobre Felipe Vallese, obrero metalúrgico y militante de la juventud peronista al comienzo de la segunda mitad del siglo pasado en mi país natal, Argentina.
Y viene a cuento porque tanto Paco Urondo como Felipe Vallese son represaliados políticos de dictaduras militares. Ambas, la que acabó con la vida de Vallese en 1962 y la que acabó con la vida de Urondo en 1976 y que masacró a sus conciudadanos desde ese año hasta finales de 1983, el período que ocupa la adolescencia de Alejo y la infancia de este, quien escribe estas líneas, siguen presentes en el recuerdo de quienes perdieron seres queridos en aquellos fuegos.
Disco de poemas de Paco Urondo
¿Cuál es la aventura en este caso?
La aventura es recordar hoy tiempos peores y aquellos que queríamos tanto y ya no están, y que no se fueron víctimas de la enfermedad sino de la represión de un estado asesino y totalitario. Algo que hoy parece, lamentablemente, más cercano de lo que parecía ayer tras el auge de la extrema derecha en Europa.
Pero veamos primero quién fue Paco Urondo y veamos, también, quién fue Felipe Vallese y por qué una poesía del primero sobre el segundo puede ser útil hoy a esta situación extraña y complicada que nos toca vivir: esta pandemia global y el confinamiento y distanciamiento social derivados.
Felipe Vallese
Empecemos por Felipe Vallese, ese joven metalúrgico, militante de la juventud peronista en una época tan complicada, o más, que esta: la dictadura que vino después de la conocida como «Revolución Libertadora» que prohibió el peronismo y persiguió a sus militantes tras derrocar a Perón a mediados de la década de los ‘50, prohibición y persecución que continuó en las democracias inestables y los golpes de estado sangientos que le siguieron y en la que le tocó crecer como obrero al joven Felipe. Vallese fue secuestrado en 1962 y es uno de los primeros desaparecidos de la larga lista que vendría después y que forma, hoy, una de las heridas más dolorosas de la historia de Argentina.
Desapariciones que empezaron a forjarse en aquella dictadura del '55 cuando la autodenominada "Revolución Libertadora" decidió fusilar a los militantes peronistas que intentaron organizarse para repeler el golpe. Pero uno de esos fusilados sobrevivió, se llamaba Juan Carlos Livraga. Livraga se escapó del basural donde dejaron su cuerpo herido y el de sus compañeros fallecidos y logró contactar con un periodista que escribirá su historia y el libro resultante quedará como obra cumbre del periodismo comprometido y convertirá a su autor en el escritor de culto que es desde entonces. El periodista era Rodolfo Walsh y el libro, «Operación Masacre».
Retrato de Rodolfo Walsh
«Hay un fusilado que vive», le dijo un hombre a Rodolfo Walsh en una noche asfixiante de verano del año 1957 frente a un vaso de cerveza que imagino era una Quilmes. Y así empieza su libro, una novela que es, en realidad, un trabajo periodístico escrito para que todo el mundo, no solo aquellos que han tenido la suerte de poder cultivarse y leer libros, pudieran leerlo. Porque Walsh no escribía para los académicos, escribía para la gente trabajadora, aquellos que no pueden hacer un gran esfuerzo en leer porque el esfuerzo se les va en vivir. Un libro que inauguró el género de «nuevo periodismo» nueve años antes de que lo «inventaran» escritores americanos de los ‘60 como Truman Capote o Norman Mailer.
Esta experiencia, narrar un fusilamiento ilegal de obreros militantes políticos por parte de un gobierno militar de facto y contarlo en la prensa en plena dictadura, aquella, la del '55, cambió no solo la visión de lo que debería ser el periodismo en tiempos difíciles para las generaciones posteriores de periodistas como los que hoy hacemos Mongolia sino que, además, cambió la vida del propio Rodolfo Walsh, su autor, que, a partir de aquel encuentro, fue empatizando cada vez más con aquel movimiento popular, el peronismo, que despreciaba pero que, el contacto con sus militantes clandestinos en plena represión, le llevó a sumarse a sus filas y a ser, en la dictadura posterior, la de Videla, perseguido y asesinado como aquellos a quienes había entrevistado antaño, como Livraga, aquel fusilado que vivió, o Felipe Vallese, aquel joven metalúrgico cuyo cuerpo nunca apareció.
Rodolfo Walsh es, desde entonces, uno más de las decenas de miles de desaparecidos que dejó aquel gobierno inhumano, perverso y criminal. A él mismo le fue impuesta por la fuerza esa cualidad vacía, la del desaparecido, que la represión intentó en aquellos fusilamientos del '55, que inauguró con Felipe Vallese en el '62, entre otros, y que terminará por imponer como metodología de limpieza ideológica de sus propios conciudadanos en la última dictadura que regó de sangre el país.
Un gobierno, el de la dictadura de Videla, no muy distinto, en sus postulados ideológicos, a algunas tendencias políticas de extrema derecha que asoman por nuestro horizonte constitucional de la España de hoy.
Sigamos ahora por quién fue Paco Urondo. Paco fue uno de los personajes más importantes de la cultura argentina de la segunda mitad del siglo XX y del periodismo y la literatura sudamericana en general. Paco fue escritor, periodista, poeta, militante político y guerrillero. Fue, además, amigo de Rodolfo Walsh y de Felipe Vallese. Los tres fueron de la generación que vivió en tiempo presente la Revolución Cubana, de aquellos que viajaron a la isla para crear Prensa Latina, la agencia de noticias de aquella revolución que encendió el sueño de la lucha por un mundo mejor a varias generaciones posteriores. Paco también vivió la persecución y la cárcel, y vivió la clandestinidad y la represión más despiadada, lo mismo que Felipe y lo mismo que Rodolfo. Ellos y decenas de miles que soñaron alguna vez con esa revolución que nadie haría por ellos, y soñaron hasta las últimas consecuencias, hasta dar la propia vida o, más bien, hasta que se las arrebataron por la fuerza.
Pero, antes de eso, Paco se casó con la actriz Zulema Katz, madre de Alejo Stivel.
Alejo era joven, un adolescente, militante revolucionario también. Y vivió aquellos años de persecución, clandestinidad y desapariciones, tortura y muerte de sus seres queridos, incluyendo a su hermana, su cuñado y su padre, Paco Urondo.
Esa generación, como aquí todos aquellos republicanos que les tocó la represión franquista, vivieron mucho más que unos meses de confinamiento. Vivieron la clandestinidad: vivir en pisos francos, cambiarse los nombres y las identidades, no poder verse con sus seres queridos y recibir constantemente noticias de aquellos compañeros y compañeras que habían caído en manos de los torturadores y los asesinos. Y siempre con el miedo de ser el próximo en desaparecer, el próximo en ser secuestrado, torturado y asesinado por aquellas fuerzas de represión capaces de matar abuelas y dar a los hijos recién nacidos de sus víctimas en adopción a sus verdugos.
Ni siquiera este virus actual llega a tal nivel de crueldad.
Esa fue su cuarentena, una cuarentena terrible e inhumana que duró años. Ante aquella cuarentena, la clandestinidad, la de ellos, esta otra, la nuestra, parece, incluso, fácil de sobrellevar.
Ahora sí, ahora pueden escuchar a Alejo leyendo la poesía de Paco sobre Felipe. Hoy ninguno de ellos está entre nosotros, tampoco Rodolfo, los tres fueron asesinados por una dictadura militar. Pero está Alejo, para leerlos y hacernos pasar esta cuarentena mejor porque, como dice él mismo: “mal de muchos, consuelo de muchos”.
Y Alejo puede leer la poesía de Paco sobre Felipe porque Alejo sobrevivió, llegó a España y aquí, con el tiempo, la clandestinidad se evaporó, la niebla se disipó y llegó por fin el momento de divertirse, tanto para él como exiliado político como para toda esa juventud española que había vivido casi medio siglo de represión. Y aquí fundó, junto a otro exiliado y algunos de aquellos jóvenes españoles nacidos en el franquismo, el grupo más divertido del rock en español: Tequila.
Aquella larga noche habia terminado y había llegado, por fin, la luz del día.
Alejo Stivel leyendo una poesía de Paco Urondo