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"Extrañas visiones del mundo", por José Errasti
Columna publicada originalmente en el número 63 de Mongolia en febrero de 2018. Suscríbete a Mongolia y apoya el periodismo independiente.
¿No os da la sensación de que hay gente que quiere que Woody Allen haya abusado sexualmente de su hija Dylan? Puede resultar muy bestia decirlo de esta manera, pero juro que durante estos días he mantenido encendidas discusiones sobre el tema con personas cuyo único asidero para defender la culpabilidad del cineasta era un acto de fe ciega estrictamente voluntarista en el testimonio de la chica, con argumentos típicamente conspiranoicos, despreciando cuantos indicios objetivos -peritajes hechos por instituciones oficiales, desestimaciones de la mera apertura del caso hechas por los jueces- aconsejan descartar esa culpabilidad y explican ese testimonio por otro tipo de causas. Este tipo de posturas suelen mantenerse porque la creencia en cuestión agrada al que se la cree, porque le reafirma en su extraña visión del mundo.
¿No os da la sensación de que hay gente que quiere que Woody Allen no haya abusado sexualmente de su hija Dylan? Yo, sin ir más lejos. Por mil motivos, entre los que el menor no es la empatía con la propia chica y la objetiva buena noticia que supondría que no haya sido agredida de esa horrible forma. Pero también porque inevitablemente la fascinación que siento por Allen como guionista y director de cine se contagia a otros ámbitos de su persona, y quiero seguir aprendiendo de su obra sin tener que tragarme la enorme antipatía que sentiría hacia él si hubiera abusado aquel día de 1992 de una niña de 7 años. Seguramente, más que por un afán de objetividad, yo también mantengo mi postura porque me agrada y reafirma mi extraña visión del mundo.
Pero hay una diferencia: si mañana apareciera una prueba irrefutable de la culpabilidad de Allen y de la realidad del abuso, yo pensaría, con toda justificación, “¡mierda!”. Y si mañana apareciera una prueba irrefutable de la inocencia de Allen y de la inexistencia del abuso, muchas de las personas con las que discutí esta semana, sorprendente e inexplicablemente, también pensarían “¡mierda!”. Dicen defender a Dylan Farrow, pero no se alegrarían al descubrir que Dylan no fue agredida. Dicen defender a Dylan Farrow, pero Dylan no es más que el macguffin de su extraña visión del mundo. Existe mucha, mucha maldad en este mundo.
¿No os da la sensación de que hay gente que quiere que Woody Allen no haya abusado sexualmente de su hija Dylan? Yo, sin ir más lejos. Por mil motivos, entre los que el menor no es la empatía con la propia chica y la objetiva buena noticia que supondría que no haya sido agredida de esa horrible forma. Pero también porque inevitablemente la fascinación que siento por Allen como guionista y director de cine se contagia a otros ámbitos de su persona, y quiero seguir aprendiendo de su obra sin tener que tragarme la enorme antipatía que sentiría hacia él si hubiera abusado aquel día de 1992 de una niña de 7 años. Seguramente, más que por un afán de objetividad, yo también mantengo mi postura porque me agrada y reafirma mi extraña visión del mundo.
Pero hay una diferencia: si mañana apareciera una prueba irrefutable de la culpabilidad de Allen y de la realidad del abuso, yo pensaría, con toda justificación, “¡mierda!”. Y si mañana apareciera una prueba irrefutable de la inocencia de Allen y de la inexistencia del abuso, muchas de las personas con las que discutí esta semana, sorprendente e inexplicablemente, también pensarían “¡mierda!”. Dicen defender a Dylan Farrow, pero no se alegrarían al descubrir que Dylan no fue agredida. Dicen defender a Dylan Farrow, pero Dylan no es más que el macguffin de su extraña visión del mundo. Existe mucha, mucha maldad en este mundo.