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ENTREVISTA A OLGA RODRÍGUEZ, PERIODISTA
«El racismo y la deshumanización del otro se han normalizado: ¿cómo no va a subir la extrema derecha?»
La periodista Olga Rodríguez, experta en información internacional, con una larga trayectoria en la cobertura de guerras y conflictos, sobre todo en Oriente Medio, fue la invitada de la última sesión en el Teatro del Barrio de Madrid del show de Mongolia, que al igual que la revista combina la sátira con la información, en este caso a través de una entrevista en directo. Lo que sigue es una versión editada de la conversación con la cofundadora de ElDiario.es.
Desde hace más de 20 años, cuando fuiste la voz de la Cadena Ser en Bagdad durante la guerra, has contado muchos conflictos sobre el terreno, pero siempre desde una perspectiva muy alejada de la fascinación que parece compartir la “tribu” de corresponsales de guerra.
Una noche de 2003, en Bagdad, comimos juntos muchos enviados especiales de distintas nacionalidades, evaluando la cobertura informativa para las próximas semanas. Había grandes manifestaciones en todo el mundo por el “no a la guerra”, pero aun así parecía que no se iba a parar. Algunos decían que tenían muchas ganas de que empezara la guerra, la acción, el mambo. Que se aburrían y necesitaban adrenalina. Estábamos en el décimo piso de un hotel, con unas vistas maravillosas sobre la ciudad, y le comenté a un amigo: “No se dan cuenta de que la mejor noticia que podríamos dar aquí es que triunfara la diplomacia, lo que evitaría una invasión ilegal que abriría la caja de los truenos”. Así que brindamos para poder ser corresponsales de paz. Días después, empezaron intensos bombardeos y el caos, pero tantos años después seguimos brindando para poder ser corresponsales de paz.
¿Cómo cuenta una guerra una corresponsal de paz?
Con la voluntad de dar visibilidad a las víctimas y tratando de mostrar las injusticias, los abusos y las violaciones del derecho internacional y de los derechos humanos, que lamentablemente están tan normalizadas. En Occidente los gobiernos nos dicen muchas veces que la guerra es absolutamente necesaria, en nombre de la democracia, la libertad o nuestra seguridad. En la Edad Media se hacían guerras con la excusa de evangelizar; posteriormente, de civilizar, y ahora de democratizar y garantizar nuestra seguridad. Pero una y otra vez vemos que las guerras, lejos de darnos más seguridad, crean más caos, inseguridad, dolor y muertos. Solo hay que ver la situación de Oriente Medio, tan cerca de aquí.
Este prisma no parece hegemónico y a la gente importante le suele parecer ingenuo. ¿Adoptarlo ayuda a avanzar en la carrera periodística? Me temo que lo que ayuda es ceñirse una y otra vez al discurso oficial de cada momento. Lo vimos en la guerra de Irak: quienes difundieron las mentiras oficializadas no les pasó factura hacerlo, mientras que en Estados Unidos quienes intentaron romper ese Matrix narrativo pagaron un alto precio. Nuestro trabajo consiste en cuestionar los discursos oficiales y contrastar las cosas, pero se paga un alto precio por ello, mientras que seguir la línea oficial del belicismo y la militarización es premiado.
Y eso que los resultados están a la vista de todos: solo hay que querer mirarlos.
Algunas personas del establishment lo reconocen. El general estadounidense [Stanley A.] McChrystal, que comandó la guerra Afganistán y dirigió también batallones en Irak, ha explicado que una y otra vez veía cómo la “guerra contra el terror” —y se le llama “terror” a todo, incluidas grandes bolsas de población civil— lo aumentaba en lugar de reducirlo. Él lo llamaba la matemática insurgente: si matas a dos civiles, mañana a lo mejor tienes a otras diez personas uniéndose a las armas; amigos, hijos, familiares… Estas guerras que se libran presuntamente en nombre de la democracia, la libertad o la seguridad han provocado dolor infinito, muchísima más inseguridad y el caos, con tremendas consecuencias. En la burbuja de Occidente todo parece un videojuego en el que puedes elegir personajes blancos o negros sin consecuencias. Hanna Arendt habló de la banalidad del mal: parece que todo da igual y que nada tiene importancia, pero no es así.
¿Por qué nunca hay rendición de cuentas? El que hace una guerra para solucionar supuestamente un problema y en cambio lo multiplica sigue llamando ingenuos y defensores de dictadores a los críticos.
Ahí podríamos entrar en el diagnóstico sobre los medios y en cómo se hace el periodismo, que elige de qué se habla y cómo se habla. Si no hay un periodismo que tire de la cuerda y arrastre para exigir esta rendición de cuentas, pues la impunidad persiste. Ahora mismo, con la masacre en curso en Gaza, parece que va a terminar de romperse todo el andamiaje construido tras la II Guerra Mundial, basado en la Carta de Naciones Unidas de Derechos Humanos y en el derecho internacional. Ya era frágil, pero ahora se está derrumbando. Por esto el periodismo y el relato público es importante, y más en un momento en que se oficializa el racismo. Hay sociólogos que están teorizando sobre el concepto de “población sobrante”. En Gaza nos dicen que sobran los palestinos, aquí la población migrante… Entonces, desde las instituciones se denomina a la inmigración como “amenaza híbrida”, como se vio en la cumbre de la OTAN del año pasado, que la incluyó en la misma categoría que el terrorismo. Y nos dicen que en nombre de todo esto hay que aumentar el gasto en Defensa. Se externalizan las fronteras cada vez más, para que mueran lejos de nuestros territorios y de nuestra conciencia, y se trazan rutas cada vez más peligrosas y mortales. ¡Y todo oficializado y normalizado!
Y sube la extrema derecha.
¿Cómo no va a subir si se le está comprando el marco? El racismo y la deshumanización del otro se han normalizado. Decía José Saramago que “las palabras importan”. Hanna Arendt explicaba que “si no conversamos, no nos podemos entender”. Y Ryszard Kapuscinski remarcaba que una guerra empieza antes del primer disparo: con un cambio de vocabulario en los medios. Son momentos y contextos muy peligrosos y oscuros en los que nuestros gobiernos de alguna manera nos están diciendo: da igual que la gente esté en contra de la matanza en Gaza, porque no vamos a parar. Ante esto, ¿qué nos queda? La palabra y poder ser testigos: contarlo, decirlo y seguir denunciándolo. Algún día nuestros hijos e hijas nos van a preguntar: ¿dónde estabais y qué hicisteis cuando todo esto ocurría? Y, además, por primera vez en directo.
¿Qué debería hacer el periodismo con enfoque en derechos humanos?
En primer lugar necesitaríamos estar ahí, pero Israel impide la entrada a toda la prensa internacional. Si hubiera periodistas anglosajones en la Franja de Gaza retransmitiendo para la BBC o la CNN sería diferente, porque lamentablemente existe el racismo, que ha puesto en el foco de la sospecha a toda la población palestina. Que un periodista palestino lo esté contando no cala en muchas sociedades. Es la primera vez que no podemos estar dentro, lo que de por sí daña la libertad de información. Y luego, más allá del periodismo, las sociedades necesitan una formación en cultura de paz y derechos humanos que no tenemos. Tendría que haberla en primaria, en secundaria y en las universidades y que además fuera el eje vertebral que atravesara todo el temario. Para entender quiénes son los otros, con lo que podríamos saber mucho mejor quiénes somos nosotros. ¿Qué estamos haciendo? ¿Qué estamos permitiendo? ¿Con qué silencio estamos contribuyendo a lo que sucede? Mirarse al espejo es siempre muy saludable.
Desde la narrativa oficial en los medios suelen priorizarse las “aventuras” y las grandes acciones bélicas, a pesar de que son más interesantes las historias que dan visibilidad a la gente que intenta mejorar las cosas y crear puentes, a veces con gente de los dos lados del conflicto, que se la juega incluso a costa de molestar a su propio grupo de pertenencia.
Es que una guerra no es una película de acción de batallitas y de proyectiles que pueda seguirse espatarrado en el sofá con palomitas y sin preocupaciones. Las guerras están en los hospitales, las morgues, las casas de las personas que las sufren, y también en aquellos espacios en los que la gente busca vías para la paz y el fin del conflicto. Por ejemplo, en los territorios ocupados palestinos hay voces israelíes —minoritarias, pero las hay— que están en contra de la ocupación ilegal y que buscan vías para la paz con organizaciones junto a palestinos a favor de una justicia social y por tanto en contra de un régimen de apartheid. Me fascina que en medio de escenarios tan duros y difíciles siempre hay gente buscando caminos e intentando transitarlos. Hay un libro de Kapuscinski, Un día más con vida, del que luego se hizo también una película, que narra la guerra de Angola. Y ahí en un momento dado aparece una mujer de 80 años que todos los días hace pan, por muchos bombardeos que haya, y todas las mañanas sale a repartirlo entre la gente, con unos y con otros. No está con nadie; está con la vida y por la paz.
¿Son frecuentes este tipo de personajes?
¡Claro! A este tipo de mujeres las he visto siempre en todas las guerras. En la guerra, la vida intenta abrirse paso y la gente decente, también, a pesar de la violencia y la brutalidad, buscando salidas para el día después. Creo que el periodismo también tiene la responsabilidad de poner el foco en estas posibles salidas para el después, en lugar de contribuir a sacrificar la verdad, que suele ser la primera víctima en toda guerra, y propagar más belicismo y narrativas que siempre nos dicen que el problema son cuatro malos y que se arregla lanzándoles bombas. Incluso a nivel pedagógico, en nuestras propias sociedades: ¿qué tipo de mensajes se está trasladando a niños y adolescentes cuando se dice una y otra vez que la única vía es la violencia? ¡Pero es que no es cierto! Detrás de la defensa de cualquier guerra y operación militar hay siempre intereses, por mucho que nos digan que es por el bien de la gente. No vivimos en un mundo mágico de unicornios: detrás hay intereses, guerras proxy, con grandes Estados que utilizan a terceros para hacer la guerra sin tener que poner muertos, a la búsqueda del control de recursos, petróleo, gas, agua, temas geoestratégicos…
Eres cofundadora de ElDiario.es, pero a pesar de toda tu experiencia (en la Cadena Ser, en CNN+, en medios anglosajones, etc.) no se te ve demasiado en los grandes medios en España. ¿Te dan pereza o es que no te invitan?
La verdad es que me invitan poco. Tampoco me siento demasiado a gusto con dinámicas de apenas 30 segundos, en los que no da tiempo de explicar nada pero hay que elevar al máximo la voz y enfadarse mucho. Además, las estructuras de las secciones de Internacional de los medios están cada vez más mermadas, con lo que se nos condena a ver el mundo únicamente con los grandes ojos de unas pocas grandes agencias internacionales. Todo es un poco orwelliano y uniforme. David Simon decía que lo que distingue el periodismo de un juego de niños es intentar contestar al porqué, que es lo que va a la raíz de las cosas, lo que nos da claves y contexto. Pero esto es cada vez más difícil hacerlo, especialmente en los temas internacionales.
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Desde hace más de 20 años, cuando fuiste la voz de la Cadena Ser en Bagdad durante la guerra, has contado muchos conflictos sobre el terreno, pero siempre desde una perspectiva muy alejada de la fascinación que parece compartir la “tribu” de corresponsales de guerra.
Una noche de 2003, en Bagdad, comimos juntos muchos enviados especiales de distintas nacionalidades, evaluando la cobertura informativa para las próximas semanas. Había grandes manifestaciones en todo el mundo por el “no a la guerra”, pero aun así parecía que no se iba a parar. Algunos decían que tenían muchas ganas de que empezara la guerra, la acción, el mambo. Que se aburrían y necesitaban adrenalina. Estábamos en el décimo piso de un hotel, con unas vistas maravillosas sobre la ciudad, y le comenté a un amigo: “No se dan cuenta de que la mejor noticia que podríamos dar aquí es que triunfara la diplomacia, lo que evitaría una invasión ilegal que abriría la caja de los truenos”. Así que brindamos para poder ser corresponsales de paz. Días después, empezaron intensos bombardeos y el caos, pero tantos años después seguimos brindando para poder ser corresponsales de paz.
¿Cómo cuenta una guerra una corresponsal de paz?
Con la voluntad de dar visibilidad a las víctimas y tratando de mostrar las injusticias, los abusos y las violaciones del derecho internacional y de los derechos humanos, que lamentablemente están tan normalizadas. En Occidente los gobiernos nos dicen muchas veces que la guerra es absolutamente necesaria, en nombre de la democracia, la libertad o nuestra seguridad. En la Edad Media se hacían guerras con la excusa de evangelizar; posteriormente, de civilizar, y ahora de democratizar y garantizar nuestra seguridad. Pero una y otra vez vemos que las guerras, lejos de darnos más seguridad, crean más caos, inseguridad, dolor y muertos. Solo hay que ver la situación de Oriente Medio, tan cerca de aquí.
Este prisma no parece hegemónico y a la gente importante le suele parecer ingenuo. ¿Adoptarlo ayuda a avanzar en la carrera periodística? Me temo que lo que ayuda es ceñirse una y otra vez al discurso oficial de cada momento. Lo vimos en la guerra de Irak: quienes difundieron las mentiras oficializadas no les pasó factura hacerlo, mientras que en Estados Unidos quienes intentaron romper ese Matrix narrativo pagaron un alto precio. Nuestro trabajo consiste en cuestionar los discursos oficiales y contrastar las cosas, pero se paga un alto precio por ello, mientras que seguir la línea oficial del belicismo y la militarización es premiado.
Y eso que los resultados están a la vista de todos: solo hay que querer mirarlos.
Algunas personas del establishment lo reconocen. El general estadounidense [Stanley A.] McChrystal, que comandó la guerra Afganistán y dirigió también batallones en Irak, ha explicado que una y otra vez veía cómo la “guerra contra el terror” —y se le llama “terror” a todo, incluidas grandes bolsas de población civil— lo aumentaba en lugar de reducirlo. Él lo llamaba la matemática insurgente: si matas a dos civiles, mañana a lo mejor tienes a otras diez personas uniéndose a las armas; amigos, hijos, familiares… Estas guerras que se libran presuntamente en nombre de la democracia, la libertad o la seguridad han provocado dolor infinito, muchísima más inseguridad y el caos, con tremendas consecuencias. En la burbuja de Occidente todo parece un videojuego en el que puedes elegir personajes blancos o negros sin consecuencias. Hanna Arendt habló de la banalidad del mal: parece que todo da igual y que nada tiene importancia, pero no es así.
¿Por qué nunca hay rendición de cuentas? El que hace una guerra para solucionar supuestamente un problema y en cambio lo multiplica sigue llamando ingenuos y defensores de dictadores a los críticos.
Ahí podríamos entrar en el diagnóstico sobre los medios y en cómo se hace el periodismo, que elige de qué se habla y cómo se habla. Si no hay un periodismo que tire de la cuerda y arrastre para exigir esta rendición de cuentas, pues la impunidad persiste. Ahora mismo, con la masacre en curso en Gaza, parece que va a terminar de romperse todo el andamiaje construido tras la II Guerra Mundial, basado en la Carta de Naciones Unidas de Derechos Humanos y en el derecho internacional. Ya era frágil, pero ahora se está derrumbando. Por esto el periodismo y el relato público es importante, y más en un momento en que se oficializa el racismo. Hay sociólogos que están teorizando sobre el concepto de “población sobrante”. En Gaza nos dicen que sobran los palestinos, aquí la población migrante… Entonces, desde las instituciones se denomina a la inmigración como “amenaza híbrida”, como se vio en la cumbre de la OTAN del año pasado, que la incluyó en la misma categoría que el terrorismo. Y nos dicen que en nombre de todo esto hay que aumentar el gasto en Defensa. Se externalizan las fronteras cada vez más, para que mueran lejos de nuestros territorios y de nuestra conciencia, y se trazan rutas cada vez más peligrosas y mortales. ¡Y todo oficializado y normalizado!
Y sube la extrema derecha.
¿Cómo no va a subir si se le está comprando el marco? El racismo y la deshumanización del otro se han normalizado. Decía José Saramago que “las palabras importan”. Hanna Arendt explicaba que “si no conversamos, no nos podemos entender”. Y Ryszard Kapuscinski remarcaba que una guerra empieza antes del primer disparo: con un cambio de vocabulario en los medios. Son momentos y contextos muy peligrosos y oscuros en los que nuestros gobiernos de alguna manera nos están diciendo: da igual que la gente esté en contra de la matanza en Gaza, porque no vamos a parar. Ante esto, ¿qué nos queda? La palabra y poder ser testigos: contarlo, decirlo y seguir denunciándolo. Algún día nuestros hijos e hijas nos van a preguntar: ¿dónde estabais y qué hicisteis cuando todo esto ocurría? Y, además, por primera vez en directo.
¿Qué debería hacer el periodismo con enfoque en derechos humanos?
En primer lugar necesitaríamos estar ahí, pero Israel impide la entrada a toda la prensa internacional. Si hubiera periodistas anglosajones en la Franja de Gaza retransmitiendo para la BBC o la CNN sería diferente, porque lamentablemente existe el racismo, que ha puesto en el foco de la sospecha a toda la población palestina. Que un periodista palestino lo esté contando no cala en muchas sociedades. Es la primera vez que no podemos estar dentro, lo que de por sí daña la libertad de información. Y luego, más allá del periodismo, las sociedades necesitan una formación en cultura de paz y derechos humanos que no tenemos. Tendría que haberla en primaria, en secundaria y en las universidades y que además fuera el eje vertebral que atravesara todo el temario. Para entender quiénes son los otros, con lo que podríamos saber mucho mejor quiénes somos nosotros. ¿Qué estamos haciendo? ¿Qué estamos permitiendo? ¿Con qué silencio estamos contribuyendo a lo que sucede? Mirarse al espejo es siempre muy saludable.
Desde la narrativa oficial en los medios suelen priorizarse las “aventuras” y las grandes acciones bélicas, a pesar de que son más interesantes las historias que dan visibilidad a la gente que intenta mejorar las cosas y crear puentes, a veces con gente de los dos lados del conflicto, que se la juega incluso a costa de molestar a su propio grupo de pertenencia.
Es que una guerra no es una película de acción de batallitas y de proyectiles que pueda seguirse espatarrado en el sofá con palomitas y sin preocupaciones. Las guerras están en los hospitales, las morgues, las casas de las personas que las sufren, y también en aquellos espacios en los que la gente busca vías para la paz y el fin del conflicto. Por ejemplo, en los territorios ocupados palestinos hay voces israelíes —minoritarias, pero las hay— que están en contra de la ocupación ilegal y que buscan vías para la paz con organizaciones junto a palestinos a favor de una justicia social y por tanto en contra de un régimen de apartheid. Me fascina que en medio de escenarios tan duros y difíciles siempre hay gente buscando caminos e intentando transitarlos. Hay un libro de Kapuscinski, Un día más con vida, del que luego se hizo también una película, que narra la guerra de Angola. Y ahí en un momento dado aparece una mujer de 80 años que todos los días hace pan, por muchos bombardeos que haya, y todas las mañanas sale a repartirlo entre la gente, con unos y con otros. No está con nadie; está con la vida y por la paz.
¿Son frecuentes este tipo de personajes?
¡Claro! A este tipo de mujeres las he visto siempre en todas las guerras. En la guerra, la vida intenta abrirse paso y la gente decente, también, a pesar de la violencia y la brutalidad, buscando salidas para el día después. Creo que el periodismo también tiene la responsabilidad de poner el foco en estas posibles salidas para el después, en lugar de contribuir a sacrificar la verdad, que suele ser la primera víctima en toda guerra, y propagar más belicismo y narrativas que siempre nos dicen que el problema son cuatro malos y que se arregla lanzándoles bombas. Incluso a nivel pedagógico, en nuestras propias sociedades: ¿qué tipo de mensajes se está trasladando a niños y adolescentes cuando se dice una y otra vez que la única vía es la violencia? ¡Pero es que no es cierto! Detrás de la defensa de cualquier guerra y operación militar hay siempre intereses, por mucho que nos digan que es por el bien de la gente. No vivimos en un mundo mágico de unicornios: detrás hay intereses, guerras proxy, con grandes Estados que utilizan a terceros para hacer la guerra sin tener que poner muertos, a la búsqueda del control de recursos, petróleo, gas, agua, temas geoestratégicos…
Eres cofundadora de ElDiario.es, pero a pesar de toda tu experiencia (en la Cadena Ser, en CNN+, en medios anglosajones, etc.) no se te ve demasiado en los grandes medios en España. ¿Te dan pereza o es que no te invitan?
La verdad es que me invitan poco. Tampoco me siento demasiado a gusto con dinámicas de apenas 30 segundos, en los que no da tiempo de explicar nada pero hay que elevar al máximo la voz y enfadarse mucho. Además, las estructuras de las secciones de Internacional de los medios están cada vez más mermadas, con lo que se nos condena a ver el mundo únicamente con los grandes ojos de unas pocas grandes agencias internacionales. Todo es un poco orwelliano y uniforme. David Simon decía que lo que distingue el periodismo de un juego de niños es intentar contestar al porqué, que es lo que va a la raíz de las cosas, lo que nos da claves y contexto. Pero esto es cada vez más difícil hacerlo, especialmente en los temas internacionales.
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