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Empresarios: es duro, pero hay que parar (o fabricar respiradores)
Por Pere Rusiñol
Siento una enorme simpatía por las decenas de miles de empresarios de este país que llevan varios días sin dormir dándole vueltas a cómo van a hacer para seguir pagando a los trabajadores, los proveedores y la Seguridad Social si su actividad ha caído en picado -¡en el mejor de los casos!- como consecuencia del confinamiento forzoso decretado por el Gobierno para tratar de contener el coronavirus.
Sus esfuerzos hercúleos para seguir adelante poco tienen que ver con los grandes ejecutivos o deportistas que además alardean de sus rebajas salariales y aun y así siguen contando sus retribuciones por millones de euros y, en algún caso, hasta protagonizan portadas como si fueran la reencarnación misma del Che Guevara, una frivolidad que define bien nuestra época y las dificultades que tendremos para hacer frente a un desafío tan descomunal como el que tenemos.
Tengo tanta simpatía por tantísimos empresarios que se están dejando la piel porque yo también soy uno de ellos, con perdón. Desde 2012 soy redactor, pero también socio, de dos revistas: Alternativas Económicas y Mongolia. Entre ambas, que no tienen relación societaria entre sí, facturan en torno a 500.000 euros anuales de facturación y suman una quincena de puestos de trabajo. Pero ahora las medidas de confinamiento extremo ha complicado mucho la situación, ya de por sí frágil, ante las dificultades añadidas para distribuir la revista en quioscos cerrados en calles vacías y con el aumento de los costes de Correos para los envíos, que se han triplicado, con lo que no podremos remitir los ejemplares a los suscriptores, que son nuestro principal sostén. En 2019 ninguna de las dos empresas tuvo un solo euro de subvención pública. Y los números respectivos de abril los hemos cerrado con la paginación de siempre y los mismos ingresos de publicidad en ambos casos: exactamente cero euros.
Ya lo ven: un negocio redondo.
Y sin embargo, la gran mayoría de epidemiólogos de renombre internacional coinciden en que las medidas extremas de confinamiento son imprescindibles para contener un virus que ya ha colapsado el sistema sanitario español y que tiene una facilidad espectacular para extenderse. Sobre todo, una vez estamos ya inmersos en la fase de crecimiento exponencial del que solo puede aspirarse a salir cortando de raíz la actividad, al precio de paralizar temporalmente la economía, como se ha demostrado en China.
Lo explicaba ayer el exministro de Industria Miguel Sebastián, economista con carné del PSOE pero de siempre alineado con la ortodoxia liberal: “Más vale caer el 50% un mes que el 5% durante 10 meses”. Porque esta es la clave: o se controla la situación o la economía simplemente no podrá funcionar, haya o no confinamiento por decreto. No existe el término medio.
Algunos líderes empresariales parecen no entender aún que la naturaleza de esta pandemia en una economía globalizada no deja margen para zonas grises. No es que necesitemos encontrar un equilibrio entre la salud y la economía, sino que sin contener de raíz la expansión del coronavirus simplemente no habrá economía este mundo globalizado que pueda funcionar. Al menos hasta que se encuentre una vacuna, dentro de un año o un año y medio en el mejor de los casos.
Es evidente que urgen medidas para ayudar a estas decenas de miles de empresarios y autónomos con negocios solventes a aguantar el chaparrón si queremos que lleguen vivos al día después, aunque hasta ahora casi nadie se atreve todavía a mirar de frente al problema enorme que tiene el Gobierno para impulsar medidas de alivio: con la política monetaria completamente cedida al Banco Central Europeo (BCE), un organismo clave de la construcción europea pensado para tiempos de paz, cuya misión es mantener a raya la inflación (!), el margen de maniobra para actuar en solitario sin el aval de Bruselas y del BCE es prácticamente cero.
Las dificultades que genera el parón obligatorio y la falta de ayudas para sostener a las empresas son, pues, indiscutibles, pero también necesarias y hay que asumir la situación cuanto antes. El gran problema es que los principales líderes empresariales todavía no han podido salir de su marco mental, construido en tiempos “normales”, y siguen aferrados a sus respuestas “normales”, como que el Gobierno ha sido secuestrado por los radicales de Unidas Podemos, por los sindicatos o hasta por los admiradores de Nicolás Maduro. Y muchos quieren seguir produciendo.
El 'establishment' más consciente
Es una pena que el establishment económico no preste más atención a las recomendaciones de uno de sus más insignes representantes a nivel europeo, el francés Jacques Attali, que fue consejero especial de François Mitterrand entre 1981 y 1991, fundador del Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo (BERD), una de las piezas claves de la construcción europea, y asesor de todos los presidentes de la V República francesa desde Mitterrand, ya sean de izquierdas o de derechas. Attali lleva semanas exhortando a los empresarios y mandatarios a “colocarse en modo de economía de guerra muy muy rápidamente”, con argumentos que deberían empezar a prestar atención todos estos empresarios que insisten en seguir operando.
Ante una pandemia de estas características, solo cabe una respuesta, sostiene Attali: reorganizar toda la economía para salvar vidas, ponerse a producir lo que el mercado es ya incapaz de proveer porque todos los países compiten a codazos para conseguirlo -ahora mismo: mascarillas, respiradores, kits para hacer tests…- y concentrarse exclusivamente en los sectores esenciales para poder llevar a cabo esta reorganización. El ejemplo de la automoción es claro y sirve para todos los demás: ¿para qué seguir produciendo coches que en los próximos meses nadie va a poder comprar? Por tanto: si una fábrica de coches -o de accesorios del motor- es capaz de reorganizarse para producir mascarillas o respiradores, como de hecho están empezando a hacer ya en España Seat y Nissan, entre otros, tiene todo el sentido del mundo que siga produciendo durante el confinamiento. Pero si es para producir coches que al corto plazo nadie va a comprar en el mundo -¡todos los países están viviendo la misma situación!-, pues mejor que bajen la persiana para ayudar a cortar de raíz la expansión del coronavirus. Cuando antes lo logremos, antes podremos volver a pensar en reactivar la economía.
No es agradable, pero tampoco aquí hay medias tintas, como subraya Attali: “La lección más importante que aprendí de mi acción política es que quien no actúa tomando como hipótesis que lo peor es posible, lo cierto es que verá realizarse lo peor”.
Empresarios: es duro, pero no queda otra que parar, salvo que seas capaz de ponerte en modo de economía de guerra y empezar a producir mascarillas, respiradores o prestes un servicio esencial. Palabra de establishment bien informado.