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EL CUENTO DE LA TARADA
Cuentos musicales de Revista Mongolia.
Un texto de Gay de Mazapán
Hace muchos, muchos años, en el Madrid de la Edad Media, reinaba una reina muy, muy mala, llamada Isabel, más conocida como “La Tarada”.
Isabel tenía muy pocos aliados en la corte. Una perrita llamada Esperanza y un bufón, cuyo nombre real nunca se supo, pero al que el pueblo llamaba “Dickface”, pues su deforme cara era el espejo de su negra alma.
“La Tarada” se había propuesto destruir la ciudad llenándola de alcohol y tabaco con el único propósito de que las doncellas de la corte no pudieran tener vástagos pasados los 30 años debido a su mal estado de salud. “Dickface”, su más perverso aliado, formaría parte de tan maquiavélico plan talando todos los árboles de la capital para asfixiar a su población y dejarla sin oxígeno.
Las razones de este despropósito no las sabían muy bien ni ellos mismos, pero “La Tarada” y “El enano arboricida” eran los personajes más funestos de la historia de la bella ciudad de Madrid y su única misión en la vida era destruir.
Pero no todo iba a ser un camino de rosas para esta pareja asesina, y pronto en los tugurios más underground de la capital del reino, una fuerza feminista y radical iba a ser el germen del futuro despertar de todos sus habitantes.
Sí, queridos lectores, estamos hablando de “Las Chicas del Trap”.
Rocío Sáiz, Xina Mora, La Zowi, Sodamantina, Ms.Nina, Ly Raine y muchas otras se reunieron clandestinamente en una taberna del barrio de Malasaña de nombre “Café de la Palma” y dijeron: “¡Basta ya, esto no puede ser!¡Nosotras componemos, nosotras decidimos! Y decidieron montar un concierto en el único pulmón verde que quedaba en Madrid, el Rockódromo de la Casa de Campo.
El Rockódromo había sido un sitio de peregrinación de todas las Españas cuando regentaba la capital Don Enrique Tierno Galván, sin duda alguna, el rey más querido por los gatos, que era como se hacían llamar los ciudadanos de la ciudad del Manzanares.
Para ayudarles con tan magno evento, “Las Chicas del Trap”, abiertas de mente y adelantadas a su tiempo, decidieron rescatar a juglares del pasado que ya habían actuado en este espacio en la época de la llamada “Movida Madrileña” y que servirían como excelentes guías de esta música futura que habría de cambiar el mundo.
Ana Curra de Parálisis Permanente, Patacho de Glutamato Ye-Ye, Manolo UVI de Commando 9mm, Tessa de los Zombies, Alejo Alberdi de Derribos Arias, Javier Corcobado de Mar Otra Vez y Servando Carvallar del Aviador Dro, fueron los elegidos para, con su sabiduría y experiencia de “viejos de la tribu”, ayudar y apoyar a nuestras protagonistas.
Un bonito día de marzo de 1511, “El concierto de la alegría”, nombre con el que bautizaron este cónclave, nuestras amigas llamaron a sus colegas del reino de Catalunya, siempre más avanzado en estas lides, y con un par de platos y un micrófono, empezaron la función.
Bad Gyal, Clara Peya, Elane, Swit Eme, Las Ninyas del Corro, Lil Russia y Anier, cuál Agustina de Aragón, abrieron fuego. Poco a poco, la explanada principal del Rockódromo se llenó de veteranos y noveles de todo pelo y condición que habían venido desde todos los barrios del Foro; Vallekas, Carabanchel, “La Prospe”, El barrio del Pilar, “Cuatroca”, Arganzuela, “Moratachunga”, Aluche, Palomeras, Hortaleza, Ventas, Tetuán…
Todos los distritos de la capital estaban allí representados.
Pero no solo de madrileños vive el ser humano; Andalucía, Canarias, Euzkadi, El País Valençiá, Las Balears, Galiza, Aragón, las dos Castillas, Cantabria, Asturies, La Rioja, e incluso, el Mordor hispano, véase Murcia, acudieron a la llamada de nuestras “chicas de la cruz roja” (besos, amada Concha).
La palabra tierna y descarada de “Las chicas del trap” se había esparcido por toda la península y se rumoreaba que había llegado incluso a los Reinos de Francia e Italia, donde otras “femmes” y “donnas” estaban haciendo lo propio contra el malvado Rey Macron y la aún más perversa Reina Meloni.
La Casa de Campo nunca se había visto tan bonita y colorida, y poco a poco, la masa humana empezó a desbordarse camino del Palacio Real, dónde habitaba “La Tarada”.
Los beats de los temazos escupidos a sangre y fuego por nuestras heroínas madrileñas y catalanas llegaron hasta la dependencia donde Isabel se dedicaba a hacer calceta y a cuidar de su perra Esperanza, pues su estrecha mente no le daba más de sí para hacer otro tipo de actividades como preocuparse de sus súbditos o dar de comer a los más desfavorecidos.
Isabel se asomó a la ventana y cual fue su sorpresa al ver como hordas de gatos y gatas tomaban el palacio por la fuerza trepando por los troncos de los magnolios, cedros y pinsapos de los Jardines de Sabatini, la única zona verde de ese monstruo de granito llamado Plaza de Oriente.
Pensando en cómo salir de allí por patas, y haciendo honor a su cobardía, “La Tarada” decidió mandar una paloma mensajera a su siervo más leal, “Dickface”, que vivía a no muchos kilómetros de allí, en otro mamotreto de asfalto y acero, de nombre “Plaza de la Villa”.
La misiva rezaba “Querido Dick, ven pronto a por mí, está en peligro mi libertad”.
A “Dickface” la entrada de la paloma por su ventana, a modo de divina anunciación, le pilló recortando unos bonsáis que estaba plantando en su alcoba para darle sombra a él y a su pareja, la famosa catalana “La Monja Enana”, también temida por los habitantes de la corte.
Y es que ya se sabe que en casa de herrero (de miñón), cuchillo de palo (a bankia)…
Al final, a pesar de los intentos de Isabel y “Dickface” por mantener vivo el antiguo régimen, contando incluso con la ayuda de viejos juglares de “La Movida Chunga”, como Nacho Cano y Miguel Bosé, el palacio fue tomado por “Las Chicas del Trap”.
Isabel, “La tarada”, fue desterrada a un convento de Ávila dónde se dedicó a hacer yemas hasta la tardía edad de 86 años, pues ya se sabe que mala hierba nunca muere.
El destino de “Dickface” y “La Monja Enana” fue aún peor, y es que ambos fueron confinados en los sótanos del “Café de La Palma”, dónde tuvieron que escuchar “trap a todo trapo” hasta el final de sus días.
Y colorín, colorado, este cuento (aún no) se ha acabado.
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Isabel tenía muy pocos aliados en la corte. Una perrita llamada Esperanza y un bufón, cuyo nombre real nunca se supo, pero al que el pueblo llamaba “Dickface”, pues su deforme cara era el espejo de su negra alma.
“La Tarada” se había propuesto destruir la ciudad llenándola de alcohol y tabaco con el único propósito de que las doncellas de la corte no pudieran tener vástagos pasados los 30 años debido a su mal estado de salud. “Dickface”, su más perverso aliado, formaría parte de tan maquiavélico plan talando todos los árboles de la capital para asfixiar a su población y dejarla sin oxígeno.
Las razones de este despropósito no las sabían muy bien ni ellos mismos, pero “La Tarada” y “El enano arboricida” eran los personajes más funestos de la historia de la bella ciudad de Madrid y su única misión en la vida era destruir.
Pero no todo iba a ser un camino de rosas para esta pareja asesina, y pronto en los tugurios más underground de la capital del reino, una fuerza feminista y radical iba a ser el germen del futuro despertar de todos sus habitantes.
Sí, queridos lectores, estamos hablando de “Las Chicas del Trap”.
Rocío Sáiz, Xina Mora, La Zowi, Sodamantina, Ms.Nina, Ly Raine y muchas otras se reunieron clandestinamente en una taberna del barrio de Malasaña de nombre “Café de la Palma” y dijeron: “¡Basta ya, esto no puede ser!¡Nosotras componemos, nosotras decidimos! Y decidieron montar un concierto en el único pulmón verde que quedaba en Madrid, el Rockódromo de la Casa de Campo.
El Rockódromo había sido un sitio de peregrinación de todas las Españas cuando regentaba la capital Don Enrique Tierno Galván, sin duda alguna, el rey más querido por los gatos, que era como se hacían llamar los ciudadanos de la ciudad del Manzanares.
Para ayudarles con tan magno evento, “Las Chicas del Trap”, abiertas de mente y adelantadas a su tiempo, decidieron rescatar a juglares del pasado que ya habían actuado en este espacio en la época de la llamada “Movida Madrileña” y que servirían como excelentes guías de esta música futura que habría de cambiar el mundo.
Ana Curra de Parálisis Permanente, Patacho de Glutamato Ye-Ye, Manolo UVI de Commando 9mm, Tessa de los Zombies, Alejo Alberdi de Derribos Arias, Javier Corcobado de Mar Otra Vez y Servando Carvallar del Aviador Dro, fueron los elegidos para, con su sabiduría y experiencia de “viejos de la tribu”, ayudar y apoyar a nuestras protagonistas.
Un bonito día de marzo de 1511, “El concierto de la alegría”, nombre con el que bautizaron este cónclave, nuestras amigas llamaron a sus colegas del reino de Catalunya, siempre más avanzado en estas lides, y con un par de platos y un micrófono, empezaron la función.
Bad Gyal, Clara Peya, Elane, Swit Eme, Las Ninyas del Corro, Lil Russia y Anier, cuál Agustina de Aragón, abrieron fuego. Poco a poco, la explanada principal del Rockódromo se llenó de veteranos y noveles de todo pelo y condición que habían venido desde todos los barrios del Foro; Vallekas, Carabanchel, “La Prospe”, El barrio del Pilar, “Cuatroca”, Arganzuela, “Moratachunga”, Aluche, Palomeras, Hortaleza, Ventas, Tetuán…
Todos los distritos de la capital estaban allí representados.
Pero no solo de madrileños vive el ser humano; Andalucía, Canarias, Euzkadi, El País Valençiá, Las Balears, Galiza, Aragón, las dos Castillas, Cantabria, Asturies, La Rioja, e incluso, el Mordor hispano, véase Murcia, acudieron a la llamada de nuestras “chicas de la cruz roja” (besos, amada Concha).
La palabra tierna y descarada de “Las chicas del trap” se había esparcido por toda la península y se rumoreaba que había llegado incluso a los Reinos de Francia e Italia, donde otras “femmes” y “donnas” estaban haciendo lo propio contra el malvado Rey Macron y la aún más perversa Reina Meloni.
La Casa de Campo nunca se había visto tan bonita y colorida, y poco a poco, la masa humana empezó a desbordarse camino del Palacio Real, dónde habitaba “La Tarada”.
Los beats de los temazos escupidos a sangre y fuego por nuestras heroínas madrileñas y catalanas llegaron hasta la dependencia donde Isabel se dedicaba a hacer calceta y a cuidar de su perra Esperanza, pues su estrecha mente no le daba más de sí para hacer otro tipo de actividades como preocuparse de sus súbditos o dar de comer a los más desfavorecidos.
Isabel se asomó a la ventana y cual fue su sorpresa al ver como hordas de gatos y gatas tomaban el palacio por la fuerza trepando por los troncos de los magnolios, cedros y pinsapos de los Jardines de Sabatini, la única zona verde de ese monstruo de granito llamado Plaza de Oriente.
Pensando en cómo salir de allí por patas, y haciendo honor a su cobardía, “La Tarada” decidió mandar una paloma mensajera a su siervo más leal, “Dickface”, que vivía a no muchos kilómetros de allí, en otro mamotreto de asfalto y acero, de nombre “Plaza de la Villa”.
La misiva rezaba “Querido Dick, ven pronto a por mí, está en peligro mi libertad”.
A “Dickface” la entrada de la paloma por su ventana, a modo de divina anunciación, le pilló recortando unos bonsáis que estaba plantando en su alcoba para darle sombra a él y a su pareja, la famosa catalana “La Monja Enana”, también temida por los habitantes de la corte.
Y es que ya se sabe que en casa de herrero (de miñón), cuchillo de palo (a bankia)…
Al final, a pesar de los intentos de Isabel y “Dickface” por mantener vivo el antiguo régimen, contando incluso con la ayuda de viejos juglares de “La Movida Chunga”, como Nacho Cano y Miguel Bosé, el palacio fue tomado por “Las Chicas del Trap”.
Isabel, “La tarada”, fue desterrada a un convento de Ávila dónde se dedicó a hacer yemas hasta la tardía edad de 86 años, pues ya se sabe que mala hierba nunca muere.
El destino de “Dickface” y “La Monja Enana” fue aún peor, y es que ambos fueron confinados en los sótanos del “Café de La Palma”, dónde tuvieron que escuchar “trap a todo trapo” hasta el final de sus días.
Y colorín, colorado, este cuento (aún no) se ha acabado.
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