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Contra la maquinaria que nos roba el tiempo
"Los despiertos", de José Troncoso, estará en cartel en el Teatro del Barrio hasta el 20 de marzo.
José Troncoso se ha convertido ya en uno de los nombres más sonoros de la escena teatral actual. Dramaturgo, actor y director, sus tragicomedias nos conquistan extrayendo lo grotesco de lo cotidiano, en una apuesta por el esperpento y la chirigota de su tierra. En Los Despiertos, que estará hasta el 20 de marzo en el cartel del Teatro del Barrio (escenario donde ya triunfó, y mucho, con Las Princesas del Pacífico), escribe y dirige un texto que interpretan tres actores, Israel Frías, Alberto Berzal y Luis Rallo, que llevan treinta años trabajando juntos en producciones de su propio cuño, como aquel True West que les dirigió Juan Carlos Plaza. Ahora, por primera vez, abordan un texto de un autor español.
Los Despiertos es una tragicomedia que cuenta la historia de tres entrañables operarios de limpieza que trabajan en horario nocturno. ¿Tienen sueños quienes pasan la noche en vela? Una ambientación oscura y de luz contrastada crean una atmósfera en la que resuena el espíritu becketteano de Esperando a Godot. Un texto simbólico lleno de recursos del Teatro del Absurdo (repeticiones, literalidades…) refleja el vacío de la sociedad capitalista.
Los Despiertos es una tragicomedia que cuenta la historia de tres entrañables operarios de limpieza que trabajan en horario nocturno. ¿Tienen sueños quienes pasan la noche en vela? Una ambientación oscura y de luz contrastada crean una atmósfera en la que resuena el espíritu becketteano de Esperando a Godot. Un texto simbólico lleno de recursos del Teatro del Absurdo (repeticiones, literalidades…) refleja el vacío de la sociedad capitalista.
Seguramente el mundo se esté pareciendo mucho a lo que retrató Beckett, al dilema de vivir una existencia sin mucho sentido, con escepticismo, pero también con optimismo, esperando algo que nos empuje adelante. Setenta años después, todavía esperamos a Godot, en un tiempo donde todo es de usar y tirar. Hasta las personas. Donde el mayor negocio es el de la novedad perpetua: lo que compramos nace con una vida útil cada vez más breve, y detrás de la obsolescencia programada y la caducidad planificada hay una ideología, razones económicas y consecuencias culturales: como decía Vance Packard en Los productores de residuos, “el mundo de los negocios se empeña en convertirnos en desechos, en individuos permanentemente descontentos que no saben reconocer sus propios deseos”.
Así, mientras que los romanos construyeron puentes que, dos mil años después, siguen en pie, hoy todo se vuelve viejo muy rápidamente, son fugaces hasta los puentes que se tienden en las relaciones personales. Vivimos nuestra historia marcados en origen, prejuiciados, dejando solo una estela de objetos. Ya lo apuntaron El hombre vestido de blanco o La muerte de un viajante, y lo cuentan Los Despiertos. Y en medio de ese ciclo productivo, la alienación contra la que nos advirtió Marx. Con muchísima poesía visual, y un elenco que está que se sale utilizando el registro del clown y el humor gestual y mecánico, Los Despiertos ponen en escena la enajenación del mundo laboral. Ahí están los tres barrenderos encerrados en la oscuridad de la noche, atrapados. Aislados de sus propias vidas y habitando un tiempo que no tiene importancia cuando todo se repite una y otra vez, cuando también las horas se gastan y consumen sin sentido. Por mucho que limpiemos, la mierda vuelve a salir. Y mientras, soñamos una vida donde realmente seamos dueños de nuestras horas. Donde el trabajo no nos distraiga de lo importante, ni el poder adquisitivo sea la medida de todas las cosas.
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