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Adiós a Antonio Franco, líder espiritual de Mongolia.
El periodista fallecido fue un modelo de honradez y no solo triunfó en los medios de referencia: también fue clave en la prensa satírica.
Antonio Franco: ¡sí, se podía!
Antonio Franco, uno de los periodistas más respetados de España, se ha ido a los 74 años y, con la única excepción relevante de Abc (¡y pese a ser premio Luca de Tena!), fue despedido unánimemente con gran respeto y como lo que fue durante más de medio siglo de trayectoria profesional: un auténtico gigante del periodismo español. Los obituarios se limitaron, como es lógico, a realzar su figura, pero con ello ayudaron también a trazar la de su reverso. Sí, se podía fundar un gran diario progresista en la Transición, llegar a lo más alto de la profesión y seguir, más de cuatro décadas después, siendo un periodista curioso, honesto y comprometido con los mismos valores y la misma gente, y conservando el máximo respeto y aprecio del conjunto de la profesión. Sin ninguna aspiración, pues, por hacerse millonario, ni por convertirse en el poder que antes aspiraba a fiscalizar, ni incorporarse a consejos de Administración de bancos a la primera de cambio, ni embolsarse suculentos bonus a cambio de liderar ajustes salvajes y despidos, ni creerse propietario perenne de la cabecera que fundó y ponerla al servicio del mejor postor, incluido el PP si es preciso y con tal de seguir chupando del bote. Antonio Franco demostró que, evidentemente, se podía no seguir la senda de Juan Luis Cebrián.
La suerte de tener vida fuera de la burbuja
¿Cuál es el secreto que explica que Antonio Franco se convirtiera en un gigante del periodismo? Sin duda sus habilidades personales fueron muy importantes para ayudarle a conseguirlo; también la suerte de dar con un editor con ambición que le escuchara, formar y contar con buenos equipos a su alrededor… Y entre los ingredientes del puchero mágico, destaca también uno que suele ser muy poco subrayado y que sin embargo es absolutamente esencial: la existencia de una potente red personal y de complicidades muy alejada de la burbuja del periodismo y de los círculos del poder: familiar —su compañera, Mylène, sus hijos Carlota y Andreu, sus hermanos Eduardo, Alberto, Merche, etc.—, pero también de amigos como Quico, la malograda Teresa, Ilde y tantos otros. Una red que Franco sabía valiosísima porque era la que le mantenía en contacto permanente con la realidad de la gente de carne y hueso, ajena a la burbuja del periodismo y del poder —la mejor fuente de la que puede beber un periodista— y ante la cual era consciente de que tenía que poder responder como persona y periodista honesto. Contar con espacios importantes fuera de la burbuja de los oropeles: esta es la mejor vía para pulsar la vida real y también la mejor vacuna para evitar la borrachera del poder y del dinero.
La santísima trinidad franquista
La sucesión de elogios a la trayectoria del periodista fallecido incluía obviamente la fundación de El Periódico de Catalunya y de la edición catalana de El País, que reorientó hacia el federalismo al gran diario de referencia en España, pero incluía necesariamente su participación en apuestas tan heterodoxas e irreverentes, para lo que se suele esperar de un “periodista serio y responsable”, como la creación de revistas satíricas tan emblemáticas como El Papus y Barrabás, la decisión de bautizar la macrosección de un periódico de referencia con el nombre de “Las cosas de la vida”, y escribir hasta el final y con auténtica pasión de fútbol y del Barça con el seudónimo Antonio Bigatà, tomando prestado el apellido de su compañera. Honestidad, independencia e irreverencia: la santísima trinidad franquista. Quizá es por ello que Mongolia tuvo la suerte de tenerlo como atento lector desde el lanzamiento de la publicación, en 2012. Y ahora forma parte de nuestro particular y exigente panteón: ¡Salve, bandido!
¡Aúpa, Elche!
Esta mezcla maravillosa e inusual de seriedad, rigor y honestidad, pero al mismo tiempo también de salvajismo, irreverencia y hasta plena conciencia del sinsentido general, lo simbolizaba a la perfección la curiosa devoción, incluso fanática, que Franco profesaba por el club de fútbol de Elche. A pesar de que nada le vinculaba familiarmente ni personalmente a la ciudad de las palmeras, y pese también a que el club nunca ha tenido la ambición ni la grandeza del Barça y apenas aspira a ir tirando, y con mucha suerte en la parte baja de la tabla de la Primera División, Franco recorrió España entera con sus amigos animando a este club modesto y sobre todo divirtiéndose de lo lindo. Hasta el punto de que en el funeral, y con todas las autoridades en primera fila, el féretro estuvo cubierto con una única bandera: la del Elche. El gran periodista, el más rojo, el más honesto, el más culé… Sí, pero también el más consciente de que nunca hay que tomarse todo tan en serio que nos impida disfrutar de la amistad y de la vida. ¡Aúpa, Elche!
San Manuel Bueno, mártir
Esta actitud general de Franco ante la vida, al tiempo que cada vez más gente y colegas le consideraran un gran pope del periodismo, le enlazaba de alguna manera con el protagonista de San Manuel Bueno, mártir, la genial novela de Miguel de Unamuno. Este anhelo por la justicia y la mejora de la vida de los demás, en este caso vehiculado a través del periodismo, al que se dedicó en cuerpo y alma y del que llegó a ser una auténtica referencia, admirado por tantos... Y sin embargo, a medida que se sucedían las crisis y se iba haciendo añicos el mundo de ayer… ¿seguía creyendo en el periodismo o pensaba que todo era más bien una farsa? En tal caso, una farsa pese a todo útil, capaz todavía de dar esperanza y de conseguir alguna vez hacer el bien. ¿Y si esta era la verdadera razón que le impidió escribir las memorias que tantos esperaban? Nunca lo sabremos, pero los Lázaros siguen al pie del cañón. Y hasta riéndose de las salvajadas cometidas y por cometer. ¡Presentes!
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Antonio Franco, uno de los periodistas más respetados de España, se ha ido a los 74 años y, con la única excepción relevante de Abc (¡y pese a ser premio Luca de Tena!), fue despedido unánimemente con gran respeto y como lo que fue durante más de medio siglo de trayectoria profesional: un auténtico gigante del periodismo español. Los obituarios se limitaron, como es lógico, a realzar su figura, pero con ello ayudaron también a trazar la de su reverso. Sí, se podía fundar un gran diario progresista en la Transición, llegar a lo más alto de la profesión y seguir, más de cuatro décadas después, siendo un periodista curioso, honesto y comprometido con los mismos valores y la misma gente, y conservando el máximo respeto y aprecio del conjunto de la profesión. Sin ninguna aspiración, pues, por hacerse millonario, ni por convertirse en el poder que antes aspiraba a fiscalizar, ni incorporarse a consejos de Administración de bancos a la primera de cambio, ni embolsarse suculentos bonus a cambio de liderar ajustes salvajes y despidos, ni creerse propietario perenne de la cabecera que fundó y ponerla al servicio del mejor postor, incluido el PP si es preciso y con tal de seguir chupando del bote. Antonio Franco demostró que, evidentemente, se podía no seguir la senda de Juan Luis Cebrián.
La suerte de tener vida fuera de la burbuja
¿Cuál es el secreto que explica que Antonio Franco se convirtiera en un gigante del periodismo? Sin duda sus habilidades personales fueron muy importantes para ayudarle a conseguirlo; también la suerte de dar con un editor con ambición que le escuchara, formar y contar con buenos equipos a su alrededor… Y entre los ingredientes del puchero mágico, destaca también uno que suele ser muy poco subrayado y que sin embargo es absolutamente esencial: la existencia de una potente red personal y de complicidades muy alejada de la burbuja del periodismo y de los círculos del poder: familiar —su compañera, Mylène, sus hijos Carlota y Andreu, sus hermanos Eduardo, Alberto, Merche, etc.—, pero también de amigos como Quico, la malograda Teresa, Ilde y tantos otros. Una red que Franco sabía valiosísima porque era la que le mantenía en contacto permanente con la realidad de la gente de carne y hueso, ajena a la burbuja del periodismo y del poder —la mejor fuente de la que puede beber un periodista— y ante la cual era consciente de que tenía que poder responder como persona y periodista honesto. Contar con espacios importantes fuera de la burbuja de los oropeles: esta es la mejor vía para pulsar la vida real y también la mejor vacuna para evitar la borrachera del poder y del dinero.
La santísima trinidad franquista
La sucesión de elogios a la trayectoria del periodista fallecido incluía obviamente la fundación de El Periódico de Catalunya y de la edición catalana de El País, que reorientó hacia el federalismo al gran diario de referencia en España, pero incluía necesariamente su participación en apuestas tan heterodoxas e irreverentes, para lo que se suele esperar de un “periodista serio y responsable”, como la creación de revistas satíricas tan emblemáticas como El Papus y Barrabás, la decisión de bautizar la macrosección de un periódico de referencia con el nombre de “Las cosas de la vida”, y escribir hasta el final y con auténtica pasión de fútbol y del Barça con el seudónimo Antonio Bigatà, tomando prestado el apellido de su compañera. Honestidad, independencia e irreverencia: la santísima trinidad franquista. Quizá es por ello que Mongolia tuvo la suerte de tenerlo como atento lector desde el lanzamiento de la publicación, en 2012. Y ahora forma parte de nuestro particular y exigente panteón: ¡Salve, bandido!
¡Aúpa, Elche!
Esta mezcla maravillosa e inusual de seriedad, rigor y honestidad, pero al mismo tiempo también de salvajismo, irreverencia y hasta plena conciencia del sinsentido general, lo simbolizaba a la perfección la curiosa devoción, incluso fanática, que Franco profesaba por el club de fútbol de Elche. A pesar de que nada le vinculaba familiarmente ni personalmente a la ciudad de las palmeras, y pese también a que el club nunca ha tenido la ambición ni la grandeza del Barça y apenas aspira a ir tirando, y con mucha suerte en la parte baja de la tabla de la Primera División, Franco recorrió España entera con sus amigos animando a este club modesto y sobre todo divirtiéndose de lo lindo. Hasta el punto de que en el funeral, y con todas las autoridades en primera fila, el féretro estuvo cubierto con una única bandera: la del Elche. El gran periodista, el más rojo, el más honesto, el más culé… Sí, pero también el más consciente de que nunca hay que tomarse todo tan en serio que nos impida disfrutar de la amistad y de la vida. ¡Aúpa, Elche!
San Manuel Bueno, mártir
Esta actitud general de Franco ante la vida, al tiempo que cada vez más gente y colegas le consideraran un gran pope del periodismo, le enlazaba de alguna manera con el protagonista de San Manuel Bueno, mártir, la genial novela de Miguel de Unamuno. Este anhelo por la justicia y la mejora de la vida de los demás, en este caso vehiculado a través del periodismo, al que se dedicó en cuerpo y alma y del que llegó a ser una auténtica referencia, admirado por tantos... Y sin embargo, a medida que se sucedían las crisis y se iba haciendo añicos el mundo de ayer… ¿seguía creyendo en el periodismo o pensaba que todo era más bien una farsa? En tal caso, una farsa pese a todo útil, capaz todavía de dar esperanza y de conseguir alguna vez hacer el bien. ¿Y si esta era la verdadera razón que le impidió escribir las memorias que tantos esperaban? Nunca lo sabremos, pero los Lázaros siguen al pie del cañón. Y hasta riéndose de las salvajadas cometidas y por cometer. ¡Presentes!
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