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Monstruos pasados llaman a la puerta
Sátira y blasfemia: parte de guerra de un conflicto histórico POR DARÍO ADANTI
Nuestra historia es un tortuoso proceso de secularización con saltos adelante y atrás. Un proceso impulsado por el conflicto entre dos ideas antagónicas de sociedad. Y nada refleja mejor ese conflicto que la evolución de la blasfemia y la sátira. Dos adversarias en batalla pública y constante. He aquí mi parte de guerra.
Magia y tabú
Todo empezó con el tabú, donde las sociedades primitivas imponían una prohibición por imperativo mágico. La sátira, entonces, era un ritual que maldecía al enemigo y relativizaba su fuerza. El crecimiento y expansión de las sociedades requerirán de una organización más compleja: nacerá el Estado y se dividirá el concepto de tabú en leyes que separan lo que corresponde a los dioses de lo que corresponde al rey. Es decir: la separación entre blasfemia y sedición. Aunque la palabra blasfemia es de origen griego, la irreverencia hacia los dioses se conocerá como asebeia y se castigará con exilio o muerte. Ahora la sátira será cantada y con el lenguaje de la plebe. Entre los romanos, la impiedad será castigada, la sátira obtendrá su nombre y perfilará su estilo. Y será Justiniano, ya convertido el imperio al cristianismo, quien recupere la pena de muerte para los blasfemos. La iglesia de Roma, dividida en muchas doctrinas contrarias, encontrará en la blasfemia la forma de acabar con la disidencia e imponer su poder. Tiempos de poca broma.
Transgresiones, las justas
En la Edad Media sobrevivirá la catarsis burlona del antiguo culto al vino de griegos y romanos, y se transformará en el carnaval: la transgresión será permitida, pero solo en los días de la festividad. Se distinguirán dos tipos de blasfemia: la blasfemia herética, que propone una doctrina fuera de la ortodoxia, y la blasfemia simple, la que se caga en Dios y sus cosas. La primera será juzgada por la Inquisición y la segunda por tribunales seculares. Se separará aquí el pecado del delito. Pero empezará el renacimiento y la burla carnavalesca dejará de pedir permiso y se volverá subversiva.
¡A la hoguera, hombre ya!
La Iglesia católica, jodida por el cisma de Lutero, endurecerá los castigos por blasfemia. Gracias al humanismo de Erasmo y a la imprenta, la sátira se convertirá en literatura popular faltona con la autoridad. Uno de estos libros de sátira anticlerical será el Lazarillo de Tormes. Su crítica al clero y sus mofas a la Iglesia le valdrán la censura, habiendo desde entonces dos versiones, la original y la castigada. La original llegará al Reino Unido y Francia, donde hará las delicias de los cismáticos y la sátira pasará a ser parte activa de la batalla cultural entre católicos y protestantes. La monarquía se volverá absolutista, y Estado e Iglesia se unirán más carnalmente. Pero en Francia la estaban petando fuerte las ideas de la Ilustración y la cosa se torcerá.
La Ilustración: con un tres y un cuatro…
Los franceses, hasta los calandracos de su monarca, montarán la Revolución francesa. Se separarán al fin Iglesia y Estado, la blasfemia dejará de ser delito y la sátira se convertirá en afilada arma del naciente liberalismo contra reyes y clérigos. La competencia entre fracciones revolucionarias para ver quién cortaba más cabezas se les irá de las manos y acabará con Napoleón restaurando el absolutismo con Iglesia y todo incluido. Pero las ideas de la Ilustración llegarán a tierras ibéricas. Napoleón invadirá España, abdicará Carlos IV y subirá al trono su vástago Fernando VII como rey títere con dirección postal en Bayona. La población, harta del invasor, se armará para resistir.
Iban Napoleón y el Borbón y se calló un liberal
En la resistencia, los sacerdotes animarán al pueblo a formar milicias. Se redactará la primera Constitución española, en 1812, que mantendrá el catolicismo como religión del Estado –normal, teniendo a los curas como aliados–, y en el Código Penal de 1822 se castigará la blasfemia con prisión. La necesidad de mantener unida la dispersa resistencia encontrará en la libertad de prensa, promulgada constitucionalmente, el modo de mantener cohesionado al bando español. La sátira se colará en las gacetillas con los gabachos como blanco. Los franceses se irán, volverá Fernando VII y se instaurará el absolutismo de la manita de la Santa Iglesia. A tomar por saco La Pepa. Vuelve la Inquisición, se persigue a los liberales y la sátira pasa a la clandestinidad y recupera esa sana costumbre ibérica de ser anticlerical.
El verso queda
Muerto el rey y con la heredera aún en pañales, liberales moderados reorganizarán la sociedad. La Constitución de 1837 será teóricamente progresista, pero el Estado seguirá siendo confesional. Esta modesta apertura propiciará la aparición de la primera revista satírica: Fray Gerundio, todo un éxito. Espartero no censurará la prensa satírica, pero no por liberalismo sino porque no leía en general. La Constitución de 1845 será moderada y España seguirá siendo confesional; en el Código Penal de 1848 la blasfemia dejará de ser delito y su versión light, “el escarnio a los sentimientos religiosos”, se quedará en falta. Pero Narváez, amparado en la Ley de Prensa de 1822, ordenará a los censores cebarse con la prensa satírica, sobre todo si estaba en verso o incluía dibujos: nada le irritaba más que se lo criticara en verso porque, decía, “el verso queda”. En 1851 Bravo Murillo, por petición del obispo de Lleida, prohibirá introducir en España libros, estampas o caricaturas que ofendieran a la religión o la moral. Aplauso para el equipo de la blasfemia.
Buenos tiempos para la sátira
La legislación de prensa de 1864 facilitará la edición y aparecerá Gil Blas, un periódico satírico anticonservador, antimonárquico y anticlerical donde aparecerán las acuarelas de Los Borbones en pelotas firmadas por Sem, pseudónimo tras el cual estaban los hermanos Bécquer, entre otros. En 1868 la Revolución septembrina destronará a Isabel II, con lo que dio comienzo el sexenio democrático. Se establecerá la libertad de imprenta y su Constitución permitirá la libertad de culto. El Código Penal de 1870 se cargará la blasfemia de un plumazo. Aparecerán revistas satíricas tanto de liberales progresistas como de carlistas católicos y la sátira se volverá trinchera. La prensa satírica liberal dejará claro su anticlericalismo en el nombre de sus cabeceras: Fray Tinieblas, Fray Diavolo, Fray Sin Embargo, Fray Circunloquio. Pero no todos encajarán bien la burla, fueron célebres las Partidas de la porra creadas por Sagasta para apalear a quienes se metieran con él. Vendrá la I República y la sátira se convertirá en periodismo de masas, antítesis del periodismo burgués y elitista. Pero la reacción no tardará en hacer lo que mejor se le da: reaccionar.
Blasfemia y sátira restauradas
Con la Restauración, Alfonso XII se convierte en rey, y conservadores y liberales, moderados y monárquicos, se turnarán en el poder para dejar fuera a republicanos y carlistas. En su Constitución de 1876 la católica volverá a ser la religión oficial, se mantendrá la censura y se perseguirá toda crítica a la monarquía y la religión. Proliferarán igual publicaciones satíricas como El Mosquito, El Motín, La Campana de Gràcia, El País de la Olla, La Traca o El Látigo, de tendencia republicana, antimonárquica y anticlerical. Aunque se las verán negras para sobrevivir acribilladas a denuncias civiles y eclesiásticas. La moderación no gustará a los más duros, que se vendrán arriba otra vez.
Seguimos a tortazos
Con el golpe de Primo de Rivera, se recupera la blasfemia y se amplía la ofensa a los sentimientos religiosos a las demás religiones. En 1931 se convocarán elecciones, ganarán los republicanos y Alfonso XIII saldrá por patas. Empezará la II República y el Estado será aconfesional y permitirá la libertad de culto. En su Código Penal ya no aparecerá la blasfemia pero sí la ofensa a los sentimientos religiosos como falta. Revistas satíricas anticlericales y republicanas, como la valenciana La Traca, se volverán muy populares. Proliferará la prensa partidaria y la sátira se colará en periódicos anarquistas, socialistas y comunistas. También se editarán revistas satíricas conservadoras y antirrepublicanas: la batalla es en papel y en la calles. Pero vendrá el levantamiento militar del 36 y con la dictadura la cosa se pondrá muy fea.
La blasfemia en su salsa
Con Franco, España volverá a ser católica y en el Código Penal de 1944 se castigará el “escarnio a los sentimientos religiosos”. El dictador fusilará al dibujante satírico Carlos Gómez Bluff y a su editor, Vicente Miguel Carceller. Otros, como Andrés Vázquez de Sola, huirán a Francia y seguirán desde allí. La sátira insumisa pasa al exilio. Aparecerá La Codorniz, con humorismo vanguardista y sátira de costumbres, no atacará al poder político ni al religioso, pero dará cobijo a republicanos como Gila. Muerto Franco, empezará la Transición y la sátira tomará las calles.
Una transición hacia la sátira
En la Constitución de 1978 el Estado volverá a ser aconfesional. Proliferarán las revistas satíricas: entre otras, Hermano Lobo, Por Favor y Papus, que sufrirá un atentado de la ultraderecha. Se editarán revistas de cómic underground como El Víbora, con vírgenes trans y santos gays. En 1989 se despenalizará la blasfemia, pero seguirá siendo falta su forma secularizada de ofensa a los sentimientos religiosos, que se colará en el Código Penal de 1995, vigente actualmente, en su artículo 525. Apenas habrá denuncias por ofensa a los sentimientos religiosos a pesar de que en la prensa satírica –El Jueves, Puta Mili, etc.– se reirán de la religión. Y tendrán que pasar 17 años de haberse promulgado para que, en 2012, se use el artículo 525 para sentar en el banquillo a Javier Krahe por el video Cómo cocinar un Cristo, que había hecho en 1977… A partir de aquí se multiplicarán las querellas por ofensa a los sentimientos religiosos: usuarios de redes sociales, las activistas feministas de la procesión del coño insumiso, Quequé, Pamela Palenciano o Willy Toledo. Por no hablar de Leo Bassi: lefusipusieron una bomba en el teatro y le incendiaron su Iglesia Patólica grupos ultracatólicos y vive con la amenaza de que se la cierren los Abogados Cristianos. Y ahora le toca a Mongolia ser demandada tres veces por blasfema.
El espejo que mejor refleja
En el camino de secularización de nuestra sociedad, el delito de blasfemia ha servido para blindar los privilegios de las élites y castigar la transgresión y la sátira insumisa ha estado desde siempre en primera línea de fuego en la conquista y defensa de la libertad de expresión. Cuanto más avanzamos hacia una sociedad más igualitaria, libre y plural, más se usa la ofensa a los sentimientos religiosos para desalentar la crítica y, de paso, servir de publicidad a organizaciones y sectas reaccionarias, que buscan recobrar privilegios perdidos y borrar derechos conquistados. Jonathan Swift comparó la sátira con un espejo. Mientras que en nuestro Código Penal esté el artículo 525, contrario al derecho a la libre expresión, los monstruos del pasado seguirán metiendo su zarpa para romper el espejo de la sátira que los muestra tal cual son: una deformidad fuera de contexto. En pleno resurgir de la ultraderecha, no podemos permitirnos fisuras legales donde se puedan colar los monstruos pasados.
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Magia y tabú
Todo empezó con el tabú, donde las sociedades primitivas imponían una prohibición por imperativo mágico. La sátira, entonces, era un ritual que maldecía al enemigo y relativizaba su fuerza. El crecimiento y expansión de las sociedades requerirán de una organización más compleja: nacerá el Estado y se dividirá el concepto de tabú en leyes que separan lo que corresponde a los dioses de lo que corresponde al rey. Es decir: la separación entre blasfemia y sedición. Aunque la palabra blasfemia es de origen griego, la irreverencia hacia los dioses se conocerá como asebeia y se castigará con exilio o muerte. Ahora la sátira será cantada y con el lenguaje de la plebe. Entre los romanos, la impiedad será castigada, la sátira obtendrá su nombre y perfilará su estilo. Y será Justiniano, ya convertido el imperio al cristianismo, quien recupere la pena de muerte para los blasfemos. La iglesia de Roma, dividida en muchas doctrinas contrarias, encontrará en la blasfemia la forma de acabar con la disidencia e imponer su poder. Tiempos de poca broma.
Transgresiones, las justas
En la Edad Media sobrevivirá la catarsis burlona del antiguo culto al vino de griegos y romanos, y se transformará en el carnaval: la transgresión será permitida, pero solo en los días de la festividad. Se distinguirán dos tipos de blasfemia: la blasfemia herética, que propone una doctrina fuera de la ortodoxia, y la blasfemia simple, la que se caga en Dios y sus cosas. La primera será juzgada por la Inquisición y la segunda por tribunales seculares. Se separará aquí el pecado del delito. Pero empezará el renacimiento y la burla carnavalesca dejará de pedir permiso y se volverá subversiva.
¡A la hoguera, hombre ya!
La Iglesia católica, jodida por el cisma de Lutero, endurecerá los castigos por blasfemia. Gracias al humanismo de Erasmo y a la imprenta, la sátira se convertirá en literatura popular faltona con la autoridad. Uno de estos libros de sátira anticlerical será el Lazarillo de Tormes. Su crítica al clero y sus mofas a la Iglesia le valdrán la censura, habiendo desde entonces dos versiones, la original y la castigada. La original llegará al Reino Unido y Francia, donde hará las delicias de los cismáticos y la sátira pasará a ser parte activa de la batalla cultural entre católicos y protestantes. La monarquía se volverá absolutista, y Estado e Iglesia se unirán más carnalmente. Pero en Francia la estaban petando fuerte las ideas de la Ilustración y la cosa se torcerá.
La Ilustración: con un tres y un cuatro…
Los franceses, hasta los calandracos de su monarca, montarán la Revolución francesa. Se separarán al fin Iglesia y Estado, la blasfemia dejará de ser delito y la sátira se convertirá en afilada arma del naciente liberalismo contra reyes y clérigos. La competencia entre fracciones revolucionarias para ver quién cortaba más cabezas se les irá de las manos y acabará con Napoleón restaurando el absolutismo con Iglesia y todo incluido. Pero las ideas de la Ilustración llegarán a tierras ibéricas. Napoleón invadirá España, abdicará Carlos IV y subirá al trono su vástago Fernando VII como rey títere con dirección postal en Bayona. La población, harta del invasor, se armará para resistir.
Iban Napoleón y el Borbón y se calló un liberal
En la resistencia, los sacerdotes animarán al pueblo a formar milicias. Se redactará la primera Constitución española, en 1812, que mantendrá el catolicismo como religión del Estado –normal, teniendo a los curas como aliados–, y en el Código Penal de 1822 se castigará la blasfemia con prisión. La necesidad de mantener unida la dispersa resistencia encontrará en la libertad de prensa, promulgada constitucionalmente, el modo de mantener cohesionado al bando español. La sátira se colará en las gacetillas con los gabachos como blanco. Los franceses se irán, volverá Fernando VII y se instaurará el absolutismo de la manita de la Santa Iglesia. A tomar por saco La Pepa. Vuelve la Inquisición, se persigue a los liberales y la sátira pasa a la clandestinidad y recupera esa sana costumbre ibérica de ser anticlerical.
El verso queda
Muerto el rey y con la heredera aún en pañales, liberales moderados reorganizarán la sociedad. La Constitución de 1837 será teóricamente progresista, pero el Estado seguirá siendo confesional. Esta modesta apertura propiciará la aparición de la primera revista satírica: Fray Gerundio, todo un éxito. Espartero no censurará la prensa satírica, pero no por liberalismo sino porque no leía en general. La Constitución de 1845 será moderada y España seguirá siendo confesional; en el Código Penal de 1848 la blasfemia dejará de ser delito y su versión light, “el escarnio a los sentimientos religiosos”, se quedará en falta. Pero Narváez, amparado en la Ley de Prensa de 1822, ordenará a los censores cebarse con la prensa satírica, sobre todo si estaba en verso o incluía dibujos: nada le irritaba más que se lo criticara en verso porque, decía, “el verso queda”. En 1851 Bravo Murillo, por petición del obispo de Lleida, prohibirá introducir en España libros, estampas o caricaturas que ofendieran a la religión o la moral. Aplauso para el equipo de la blasfemia.
Buenos tiempos para la sátira
La legislación de prensa de 1864 facilitará la edición y aparecerá Gil Blas, un periódico satírico anticonservador, antimonárquico y anticlerical donde aparecerán las acuarelas de Los Borbones en pelotas firmadas por Sem, pseudónimo tras el cual estaban los hermanos Bécquer, entre otros. En 1868 la Revolución septembrina destronará a Isabel II, con lo que dio comienzo el sexenio democrático. Se establecerá la libertad de imprenta y su Constitución permitirá la libertad de culto. El Código Penal de 1870 se cargará la blasfemia de un plumazo. Aparecerán revistas satíricas tanto de liberales progresistas como de carlistas católicos y la sátira se volverá trinchera. La prensa satírica liberal dejará claro su anticlericalismo en el nombre de sus cabeceras: Fray Tinieblas, Fray Diavolo, Fray Sin Embargo, Fray Circunloquio. Pero no todos encajarán bien la burla, fueron célebres las Partidas de la porra creadas por Sagasta para apalear a quienes se metieran con él. Vendrá la I República y la sátira se convertirá en periodismo de masas, antítesis del periodismo burgués y elitista. Pero la reacción no tardará en hacer lo que mejor se le da: reaccionar.
Blasfemia y sátira restauradas
Con la Restauración, Alfonso XII se convierte en rey, y conservadores y liberales, moderados y monárquicos, se turnarán en el poder para dejar fuera a republicanos y carlistas. En su Constitución de 1876 la católica volverá a ser la religión oficial, se mantendrá la censura y se perseguirá toda crítica a la monarquía y la religión. Proliferarán igual publicaciones satíricas como El Mosquito, El Motín, La Campana de Gràcia, El País de la Olla, La Traca o El Látigo, de tendencia republicana, antimonárquica y anticlerical. Aunque se las verán negras para sobrevivir acribilladas a denuncias civiles y eclesiásticas. La moderación no gustará a los más duros, que se vendrán arriba otra vez.
Seguimos a tortazos
Con el golpe de Primo de Rivera, se recupera la blasfemia y se amplía la ofensa a los sentimientos religiosos a las demás religiones. En 1931 se convocarán elecciones, ganarán los republicanos y Alfonso XIII saldrá por patas. Empezará la II República y el Estado será aconfesional y permitirá la libertad de culto. En su Código Penal ya no aparecerá la blasfemia pero sí la ofensa a los sentimientos religiosos como falta. Revistas satíricas anticlericales y republicanas, como la valenciana La Traca, se volverán muy populares. Proliferará la prensa partidaria y la sátira se colará en periódicos anarquistas, socialistas y comunistas. También se editarán revistas satíricas conservadoras y antirrepublicanas: la batalla es en papel y en la calles. Pero vendrá el levantamiento militar del 36 y con la dictadura la cosa se pondrá muy fea.
La blasfemia en su salsa
Con Franco, España volverá a ser católica y en el Código Penal de 1944 se castigará el “escarnio a los sentimientos religiosos”. El dictador fusilará al dibujante satírico Carlos Gómez Bluff y a su editor, Vicente Miguel Carceller. Otros, como Andrés Vázquez de Sola, huirán a Francia y seguirán desde allí. La sátira insumisa pasa al exilio. Aparecerá La Codorniz, con humorismo vanguardista y sátira de costumbres, no atacará al poder político ni al religioso, pero dará cobijo a republicanos como Gila. Muerto Franco, empezará la Transición y la sátira tomará las calles.
Una transición hacia la sátira
En la Constitución de 1978 el Estado volverá a ser aconfesional. Proliferarán las revistas satíricas: entre otras, Hermano Lobo, Por Favor y Papus, que sufrirá un atentado de la ultraderecha. Se editarán revistas de cómic underground como El Víbora, con vírgenes trans y santos gays. En 1989 se despenalizará la blasfemia, pero seguirá siendo falta su forma secularizada de ofensa a los sentimientos religiosos, que se colará en el Código Penal de 1995, vigente actualmente, en su artículo 525. Apenas habrá denuncias por ofensa a los sentimientos religiosos a pesar de que en la prensa satírica –El Jueves, Puta Mili, etc.– se reirán de la religión. Y tendrán que pasar 17 años de haberse promulgado para que, en 2012, se use el artículo 525 para sentar en el banquillo a Javier Krahe por el video Cómo cocinar un Cristo, que había hecho en 1977… A partir de aquí se multiplicarán las querellas por ofensa a los sentimientos religiosos: usuarios de redes sociales, las activistas feministas de la procesión del coño insumiso, Quequé, Pamela Palenciano o Willy Toledo. Por no hablar de Leo Bassi: lefusipusieron una bomba en el teatro y le incendiaron su Iglesia Patólica grupos ultracatólicos y vive con la amenaza de que se la cierren los Abogados Cristianos. Y ahora le toca a Mongolia ser demandada tres veces por blasfema.
El espejo que mejor refleja
En el camino de secularización de nuestra sociedad, el delito de blasfemia ha servido para blindar los privilegios de las élites y castigar la transgresión y la sátira insumisa ha estado desde siempre en primera línea de fuego en la conquista y defensa de la libertad de expresión. Cuanto más avanzamos hacia una sociedad más igualitaria, libre y plural, más se usa la ofensa a los sentimientos religiosos para desalentar la crítica y, de paso, servir de publicidad a organizaciones y sectas reaccionarias, que buscan recobrar privilegios perdidos y borrar derechos conquistados. Jonathan Swift comparó la sátira con un espejo. Mientras que en nuestro Código Penal esté el artículo 525, contrario al derecho a la libre expresión, los monstruos del pasado seguirán metiendo su zarpa para romper el espejo de la sátira que los muestra tal cual son: una deformidad fuera de contexto. En pleno resurgir de la ultraderecha, no podemos permitirnos fisuras legales donde se puedan colar los monstruos pasados.
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