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El payaso no se rinde nunca

Fue en el escenario del Teatro del Barrio, cuando todavía era la Sala Triángulo, donde Pepe Viyuela interpretó por primera vez al payaso de Encerrona, el espectáculo unipersonal, que él mismo creó y constituye una metáfora de nuestra vida: estamos obligadas a actuar, a seguir adelante, aunque no sepamos dónde nos hemos metido. En una sociedad obsesionada con el éxito, el payaso se ve como el perdedor, como alguien sobrepasado por tanta exigencia de productividad. Así que su presencia nos humaniza. Es para ponerse muy a su favor.
Este espectáculo nació en este mismo escenario, cuando todavía era la Sala Triángulo. ¿Cómo fue? Nació cuando salí de la Escuela de Arte Dramático y no tenía trabajo. Como en la mayoría de los sitos donde iba me pedían humor, imaginé a este personaje relacionado con lo que más me gustaba: el cine mudo, sobre todo Charlot y Buster Keaton. De hecho, el personaje se viste con colores pardos, es muy gris, en blanco y negro, como las pelis. Decidí también hablar poco o nada en escena. Como en esas películas.
¿Por qué la silla y la escalera? Todos tenemos problemas con muchas cosas. Nuestra torpeza, fragilidad y vulnerabilidad están presentes en la mayor parte de lo que hacemos. Y usé la silla y la escalera de manera metafórica, como una manera de reivindicar cómo salir de las dificultades.
Este personaje ha sido un auténtico icono. En el año 89 – 90, cuando empecé a salir en la tele, tuve mucha fama y una especie shock, me agobié al no pasar desapercibido nunca. Con el tiempo lo he ido llevando muy bien. Fue una fortuna, y desde entonces no he parado de trabajar.
¿Cómo ha cambiado el payaso? El payaso me ha ido acompañando en el paso del tiempo. Nace de uno mismo, nadie te lo ha escrito. Así que se va haciendo mayor, más reflexivo, descreído, ácido, es menos inocente, más sarcástico. Es una evolución lógica y maravillosa que ambos compartimos. El espectáculo ha ido creciendo con el tiempo. A mí, los payasos que más me gustan son los mayores, los que tienen las espaldas cargadas de experiencia. Yo tengo cincuenta y ocho años, y este payaso ya tiene tintes más salvajes.
En un mundo donde todo se mide por el éxito, el payaso nos humaniza. Sí, cuando vivimos en este mundo que mide todo por lo material y por el éxito, al encontrarnos el fracaso, éste nos humaniza. Este payaso no se rinde nunca, aunque todo le vaya muy mal. Sigue peleando hasta que cierra la silla, aunque se cierre por casualidad y su triunfo se produzca por accidente. El payaso convierte el fracaso en éxito por la risa y la fiesta.
¿Te cuesta meterte en papeles dramáticos cuando se te identifica tanto con el payaso? Nada. A los intérpretes lo que nos gusta es cambiar de piel, de personaje. Además, el payaso vive constantemente en el drama.
Con la que tenemos encima, ¿a la gente le cuesta más reír? Con mi trabajo en Payasos sin fronteras me he dado cuenta de que cuanto más dramático es lo que vives, más necesitas el humor. No es un artículo de lujo, es de primera necesidad. Es un salvavidas.
¿Tu humor es blanco, negro… o no crees en estas categorías? El humor no es algo bueno de entrada. Es una herramienta que puede usarse para hacer daño, para zaherír, para reírse de alguien. Para hacer burla de defectos físicos, para acosar. El humor puede ser muy hijo de puta. El mío me gustaría que fuera transparente, que se viera la humanidad de manera clara. Quiero ponerme una máscara de payaso para que se vea quién está al trasluz.
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