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"Disparen al humorista": los límites de las ficciones y la realidad, por Javier Cuervo
“Disparen al humorista”
Un ensayo gráfico sobre los límites del humor.
Darío Adanti.
El público de Oviedo.
Hechas las presentaciones empecemos a cotillear sobre lo que nos traemos entre manos.
En Oviedo llamamos cotillear a dar el contexto.
Darío Adanti, de los Adanti de Buenos Aires nació en 1971, es animador, historietista, humorista y actor. Publicó en los diarios argentinos Página/12 y Clarín y en la revista Humor Registrado. Lleva 20 años en España y ha publicado en El País, en La Vanguardia, en Mondo Brutto, en Fotogramas, en El Jueves y es uno de los fundadores de Mongolia, el fenómeno satírico por el que merece la pena seguir leyendo humor impreso en el siglo XXI.
Estamos ante un cómic hecho por un argentino.
¿Cómo lo sabemos?
Porque el autor ha hecho el prólogo, todo el logo y el epílogo… coge la palabra en la primera página y no la suelta hasta la última.
Es un libro sobre el humor hecho por un humorista argentino y decir humorista argentino es como decir caviar ruso o quesu cabrales. Espero que este tipo de mensajes vayan calando en su ánimo y se precipiten a comprar “Disparen al humorista” en cuanto acabe este acto.
El libro tiene estos dibujos salidos de las manos de Darío Adanti y muchas ideas muy buenas dentro del marco recurrente de los límites del humor.
Darío, como humorista, ha oído muchas veces la pregunta "¿Cuáles son los límites del humor?". Y da algunas respuestas muy interesantes. Por ejemplo que a la comedia se le exigen límites y a la tragedia, no. Y también que el humor es ficción, aunque se base en la realidad.
No voy a reventarles el libro. No pasaré de las primeras páginas aunque les juro que lo he leído entero. Vamos a hacer una prueba de microliteratura macrocomparada, es decir comparada a gocho modo.
Hay una cita de Mark Twain abriendo el libro. Es una frase que el mayor humorista de la historia de la literatura estadounidense dijo a la salida de la ópera en Paris. Dice:
“No me divertía tanto desde el incendio del orfelinato”.
Rasca.
Podemos pensar:
Bah, qué desagradable, qué hijo de puta, ¿dónde está la gracia? Reírse de unos huérfanos abrasados, el humor tiene límites. Pero gracias a las enseñanzas de este libro de Darío Adanti alegamos:
-
Es ficción. No se ha quemado el orfelinato, no se ha abrasado ningún huérfano.
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Es humor, su propuesta es el contraste, lo inesperado, nadie lo pasa bien en el incendio de un orfelinato y eso es lo que tiene gracia como solución a una frase que empieza anunciado “no me divertía tanto”. Cuando estás esperando una continuación coherente te da una sorpresa.
Con esto ya te puedes reír sin sentirte mal.
Mark Twain visitó Francia en la década de los sesenta del siglo XIX.
Si avanzamos sesenta años más llegamos a Dashiel Hammett, ya saben, el creador del género policiaco estadounidense, la novela negra. En una de sus novelas, no sé ahora si en “El halcón maltes” o en “Cosecha Roja” construye una frase con los mismos cimientos y dice:
“No me reía tanto desde que los cerdos se comieron a mi hermanito”.
Bah, qué desagradable, qué hijo puta, ¿dónde está la gracia? Reírse del hermano pequeño devorado por los cerdos, ¡el humor tiene límites!
Recuerden: uno, es ficción y dos, es humor que funciona porque amaga una cosa y golpea con otra.
Doce años después venimos a España donde Camilo José Cela publicó en 1942 “La familia de Pascual Duarte”.
Pascual Duarte es un hijo de la España profunda y tiene un medio hermano pequeño que se llama Mario, es deforme, se arrastra y no tiene orejas porque se las ha comido un cerdo.
¿Creéis que alguien le dijo a Cela "¡Bah, qué desagradable!", qué hijo puta, ¡Cuánta desgracia! Darle tal vida al hermano pequeño, un niño deforme al que los cerdos le han comido las orejas y que al final muere ahogado en una tinaja de aceite? ¡La tragedia tiene límites!
Pues, no. Le acabaron dando un premio Nobel de Literatura.
De hecho, Cela sólo tuvo un problema serio, casi 40 años después, por bromear con un personaje de ficción.
Transcribió una frase que le había hecho gracia.
Pues si la virgen de Covadonga ye piquiñina y galana, que se joda.
37 años después, Cangas de Onís está a punto de retirarle el título de “persona non grata” por escribir esa frase.
El humor mide los niveles de libertad de una sociedad.
Dice Adanti que el humor es el hermano pequeño de la prensa que es el primero que lleva los golpes. Usa la imagen del “pajarito del minero” que aquí conocemos muy bien. Cuando no había detectores de grisú los mineros llevaban un canario que se moría si había fuga de ese gas y así se podían poner a salvo.
Los que visitamos el Museo de la mina de Arnao, el pozo vertical más antiguo de Asturias y la única mina submarina de Europa, nos cuentan que en la primera mitad del siglo XIX para ese trabajo, y para ir abriendo paso donde todo era más inseguro, se usaba a un guaje, a un niño huérfano que, como no tenía quién lo mantuviese, se ganaba la vida así.
Bah, qué desagradable, qué hijo puta, ¿dónde está la humanidad? Usar a un niño pequeño de detector de peligros en la mina, ¡la realidad tiene límites!
Pues no, la realidad no es ficción y la realidad no tiene límites y por eso necesitamos el humor, incluso el humor sin límites, para sobrellevar la vida, esa tragedia en la que siempre muere el protagonista. Y dice Darío Adanti sabiamente que “los hechos felices no necesitan del humor para poder ser afrontados”.
Yo les debo mucha risa a dos personas que están aquí. Uno es Darío Adanti, autor de este libro que ustedes se precipitarán a comprar cuando acabe esta charla. El otro es Edu Galán, Eduardo Mesa Galán, Oviedo, 1980, otro confundador de Mongolia y la mitad de “Mongolia, el musical”.