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El humor también es porno, por Darío Adanti
Texto leído por el mongol Darío Adanti en la presentación de "Manual de psiconáutica" de Amarna Miller
En la foto de arriba, de izquierda a derecha, Darío Adanti, Jorge Vales, editor, y Amarna Miller. Foto de Guillermo Arazo.
¡Hola, terrícolas!
Unos extraterrestres quieren invadir la Tierra, para lo que, primero, tienen que estudiar la composición social humana. El jefe marciano le pide entonces a Orphan, el soldado marciano, que intercepte las comunicaciones terrestres y analice cómo se divide la especie humana.
Luego de estudiar atentamente el tráfico de comunicaciones humanas vía satélite, Orphan, el soldado marciano, le dice a su jefe:
"¡Jefe! Ya sé cómo se clasifican las diferentes etnias terrícolas".
"¡Ah! ¿Sí?" Le dice el jefe: "¿Y cómo se clasifican?"
"Fácil" Responde Orphan, el soldado marciano: "La especie humana se divide en orientales, ebonys, blonds, gays, lesbians, groups y amateurs"…
Sí, terrícolas, estamos condenados a la clasificación:
¡HIP! ¡HIP! ¡HURRA!
… por las clasificaciones.
La historia de la supervivencia humana es la historia de nuestra capacidad para clasificar todo lo que nos rodea. El homo sapiens empezó clasificando, esa fue la señal de que era sapiens. Y tuvo que clasificar para no perder en la competencia feroz por sobrevivir. Aquel primer homo sapiens clasificó: un árbol, dos piernas, tres tigres… ¡Corre y sube al árbol que vienen los tres tigres…!
La capacidad de clasificar ha sido la herramienta que hemos desarrollado para suplir nuestra falta de herramientas: no tenemos grandes garras, ni grandes colmillos, no somos veloces y no sabemos volar. Y, gracias a que tuvimos que clasificar, terminamos inventando las palabras: árbol, piernas, tigre, corre… y, al mismo tiempo, desentrañamos los misterios de las matemáticas: 1 árbol, 2 piernas, 3 tigres….
Gracias a que clasificamos inventamos la cultura y sobrevivimos al mundo…
¡HIP! ¡HIP! ¡HURRA!
…por los tigres, por los árboles y por nuestras benditas dos piernas.
Pero, ¿cómo clasificar “Manual de psiconáutica”, el nuevo libro de Amarna Miller?
Cuenta Umberto Eco en la "Estructura Ausente" que nosotros, los terrícolas de Occidente, clasificamos a un animal como la cebra de forma biológica y, por eso, la colocamos dentro del grupo de los equinos. Sin embargo, cuenta Eco, en las las zonas de África donde habita la cebra las tribus clasifican a los animales por su aspecto visual. Para ellos la cebra está dentro del grupo de los animales a rayas. Es decir: la cebra es de la familia del tigre…
Bien, pero, ¿cómo clasificar, entonces, el “Manual de psiconáutica”?
Empecemos por el principio del libro.
Todo libro empieza mucho antes de que abras su portada. Los libros empiezan cuando te tropiezas con su existencia o cuando el libro te encuentra a ti.
El comienzo de este libro, para mí, arranca cuando Jorge Vales, el editor, me dice que está por editar un libro que cree que me puede gustar. Te lo mando, me dice. Mandámelo, le digo.
Y Jorge me manda una zip con varios PDFS.
Yo me salto la portada, la contra, me salto el prólogo y me salto el epílogo.
Me salto, también, el título del libro y el nombre de su autora: no quiero saber nada que no sea el propio libro. Que el libro hable por sí mismo: dejemos que el niño se defienda solo.
Lo miro y lo leo, porque este libro es para mirar y para leer, y me fascina.
Lo vuelvo a leer y a mirar y me vuelve a fascinar.
Le escribo a Jorge y le digo que el libro me encanta y que estaré encantado de presentarlo.
Me dice que la autora es Amarna Miller y me pregunta que si la conozco, a lo que le respondo:
"No, esto es lo primero que leo de ella"…
Si, Amarna, debo confesar aquí, ante los terrícolas, que yo no te conocía…
No miento: no te conocía, pero me declaro inocente, su señoría, y aquí dejo asentada mi coartada: a mi edad, 44 años, yo ya soy más de MILFS...
Pero, más allá de clasificaciones, decirte que lo mejor que se le puede desear a cualquiera que haga cosas es que, no importa cuántos le conozcan pero, ojalá, siempre quede mundo por conocerle.
Y ojalá el que escribe esto siga siendo así de ignorante porque la ignorancia es la madre de la capacidad para maravillarse.
¡HIP! ¡HIP! ¡HURRA!
…por la ignorancia y el maravillarse.
Si bien no me interesaron los detalles de la autora cuando leí por primera vez el libro, no nos engañemos: a todos nos interesa los detalles de los autores y nos interesa, luego, descubrir o intuir esos detalles en su obra.
Sí, me fascinó el libro, desconociéndote, autora, y, luego, autora, me fascinó saber quién eras.
Pero, ahora bien, pongamos las fascinaciones en su lugar: si después de haber leído “El manual de psiconáutica” me hubiera enterado que tú, autora, eras la monja Sor Lucía Caram, también me hubiera fascinado, e, incluso, puede que mucho más…
¡HIP! ¡HIP! ¡HURRA!
…por la fascinación.
Dicho esto, y siguiendo con las clasificaciones, yo podría decir que las actrices y actores del porno pertenecen a un grupo totalmente opuesto al mío. Para mí ellos están en el mismo grupo que los Deportistas de elite, como los jugadores de fútbol o la selección de natación olímpica: esa gente que trabaja moviéndose mucho.
Yo, en cambio, como escribiente y dibujante de humor, pertenezco al grupo de los trabajan sentados: pertenezco a la familia de los taxistas, los administradores de fincas y las tejedoras de ponchos del altiplano.
Sin embargo, también podemos clasificarnos de otra forma, y ahí sí que descubriremos que, actriz porno y humorista, pertenecemos al mismo grupo terrícola.
Piensen: cuando cae un fascismo y empieza la democracia hay dos fenómenos que surgen inmediatamente como flores del mal: el Destape y las revistas satíricas.
Nadiuska y el Papus. Josele Román y Hermano Lobo.
¿Y no es acaso este porno de hoy nieto de aquel destape?
¿Y no es acaso Mongolia hija de aquellas revistas satíricas?
Ambos, fantasía sexual y humor, se dieron la mano allá lejos y hace tiempo en el género de la Revista. Aquel espectáculo, a la vez marginal y popular, de vanguardia involuntaria y tierna decadencia, viciado de los prejuicios de su tiempo y, a un tiempo, rompedor inconsciente de los prejuicios de su tiempo.
Piensen: el porno y el humor son dos artefactos culturales que hemos inventado para provocarle placer a los otros.
Piensen: risa y orgasmo son de la misma familia: la familia del placer. Ambos, risa y orgasmo, desencadenan dosis de dopamina en el cerebro de los otros.
Piensen: trabajadores del porno y trabajadores del humor somos ambos camellos de dopamina.
Piensen: humoristas y pornógrafos obtenemos placer dándole placer a otros.
Piensen: tanto en el sexo como en el humor, la literatura y la música lo más importante es el control del tempo.
Y, por último...
Piensen: la sátira es el género literario burlesco y mordaz y, en la mitología grecorromana, sátiro es una divinidad lasciva que acompaña a Dioniso, dios de la locura ritual y el éxtasis: ambas palabras tienen el mismo origen etimológico.
¡Toma ya!
Vemos un ejemplo más claro para que entiendan por qué Amarna y yo, y el porno y Mongolia, pertenecemos a la misma familia:
* El porno tiene sus abiertos y fieles seguidores: como Mongolia.
* El porno tiene un grupo numeroso que lo sigue a escondidas pero que no lo confiesa: como Mongolia.
* El porno se topa siempre con un sector moral que lo desprecia: como Mongolia.
* El porno es consumido en privado pero muchas veces negado en público: como Mongolia.
* El porno es despreciado por la derecha y visto con desconfianza por algunos sectores de la izquierda…
¡Coño! ¡Como Mongolia!
¡HIP! ¡HIP! ¡HURRA!
Por el placer y por el desprecio.
Clasifiquemos ahora el libro de Amarna, este: “El manual de psiconáutica”.
Primera clasificación: A este libro lo podríamos clasificar como un libro inclasificable.
“El manual de psiconáutica” es una mezcla de fotos y textos, de arte visual y palabra, mezcla de recuerdo y confesión, mezcla de poesía y relato, de fiesta y de melancólica, mezcla de extroversión e introspección. Como una luz tenue, pero también como toda luz, ilumina y al mismo tiempo crea nuevas sombras.
Un libro que nos invita a viajar a la única patria cierta que tenemos los humanos y que es la infancia. A su infancia, la de Amarna, infancia a la que le dedica el libro. La infancia es la única patria que tiene, como sentido último, el convertirte en un expatriado de tu pasado, y este es el libro de una expatriada de la infancia.
Este libro, “Manual de psiconáutica”, es una invitación convertir lo perdido en encontrado. Es el cuaderno de una viajera de su memoria, a sus paisajes bellos y desconcertantes.
Y esta Amarna, la del libro, a diferencia de la otra Amarna, la de la pantalla, se la puede tocar, su tacto es la del árbol que dio su vida para que se fabricaran sus páginas. A esta Amarna, la del libro, a diferencia de la de la pantalla, se la puede oler: su olor es el de la madera, el pegamento y la tinta.
¡Intenten oler un Ipad y verán que no huele a nada!
El libro es una puerta a una pequeña habitación de la verdadera intimidad de Amarna que ella, autora y dueña de sus llaves, nos ha abierto para invitarnos, amablemente, a entrar.
Todo bien, flaco, dirán ustedes, pero, entonces… ¡¿Como mierda clasificaría al libro?!
Bien, va: lo clasificaría como un libro que yo le regalaría a John Waters, a David Lynch, a Cronenberg, a Buñuel y a Berlanga.
“El manual de psiconáutica” de Amarna Miller es uno de esos preciosos y pequeños artefactos que hemos inventado los terrícolas para dar placer: como el porno, como el chocolate, como un disco y como el humor.
Y como todas esas cosas tiene, también, vocación de fetiche.
Así que:
¡Declaro a Amarna Miller emperatriz de sueños y pesadillas!
HIP HIP… ¡HURRA!
¡Declaro a su libro como nuestra nueva guía de viajeros cerebrales!
¡HIP! ¡HOP! ¡HURRA!
¡Y declaro a este, “El manual de psiconáutica”, como animal a rayas de la familia de las cebras y los tigres!
¡HIP! ¡HIP! ¡HURRA!
Y, ahora sí, os invito, terrícolas, a pertenecer a esta otra clasificación: la de aquellos que hemos leído el primer libro de Amarna Miller.
De nada, terrícolas.
¡Hola, terrícolas!
Unos extraterrestres quieren invadir la Tierra, para lo que, primero, tienen que estudiar la composición social humana. El jefe marciano le pide entonces a Orphan, el soldado marciano, que intercepte las comunicaciones terrestres y analice cómo se divide la especie humana.
Luego de estudiar atentamente el tráfico de comunicaciones humanas vía satélite, Orphan, el soldado marciano, le dice a su jefe:
"¡Jefe! Ya sé cómo se clasifican las diferentes etnias terrícolas".
"¡Ah! ¿Sí?" Le dice el jefe: "¿Y cómo se clasifican?"
"Fácil" Responde Orphan, el soldado marciano: "La especie humana se divide en orientales, ebonys, blonds, gays, lesbians, groups y amateurs"…
Sí, terrícolas, estamos condenados a la clasificación:
¡HIP! ¡HIP! ¡HURRA!
… por las clasificaciones.
La historia de la supervivencia humana es la historia de nuestra capacidad para clasificar todo lo que nos rodea. El homo sapiens empezó clasificando, esa fue la señal de que era sapiens. Y tuvo que clasificar para no perder en la competencia feroz por sobrevivir. Aquel primer homo sapiens clasificó: un árbol, dos piernas, tres tigres… ¡Corre y sube al árbol que vienen los tres tigres…!
La capacidad de clasificar ha sido la herramienta que hemos desarrollado para suplir nuestra falta de herramientas: no tenemos grandes garras, ni grandes colmillos, no somos veloces y no sabemos volar. Y, gracias a que tuvimos que clasificar, terminamos inventando las palabras: árbol, piernas, tigre, corre… y, al mismo tiempo, desentrañamos los misterios de las matemáticas: 1 árbol, 2 piernas, 3 tigres….
Gracias a que clasificamos inventamos la cultura y sobrevivimos al mundo…
¡HIP! ¡HIP! ¡HURRA!
…por los tigres, por los árboles y por nuestras benditas dos piernas.
Pero, ¿cómo clasificar “Manual de psiconáutica”, el nuevo libro de Amarna Miller?
Cuenta Umberto Eco en la "Estructura Ausente" que nosotros, los terrícolas de Occidente, clasificamos a un animal como la cebra de forma biológica y, por eso, la colocamos dentro del grupo de los equinos. Sin embargo, cuenta Eco, en las las zonas de África donde habita la cebra las tribus clasifican a los animales por su aspecto visual. Para ellos la cebra está dentro del grupo de los animales a rayas. Es decir: la cebra es de la familia del tigre…
Bien, pero, ¿cómo clasificar, entonces, el “Manual de psiconáutica”?
Empecemos por el principio del libro.
Todo libro empieza mucho antes de que abras su portada. Los libros empiezan cuando te tropiezas con su existencia o cuando el libro te encuentra a ti.
El comienzo de este libro, para mí, arranca cuando Jorge Vales, el editor, me dice que está por editar un libro que cree que me puede gustar. Te lo mando, me dice. Mandámelo, le digo.
Y Jorge me manda una zip con varios PDFS.
Yo me salto la portada, la contra, me salto el prólogo y me salto el epílogo.
Me salto, también, el título del libro y el nombre de su autora: no quiero saber nada que no sea el propio libro. Que el libro hable por sí mismo: dejemos que el niño se defienda solo.
Lo miro y lo leo, porque este libro es para mirar y para leer, y me fascina.
Lo vuelvo a leer y a mirar y me vuelve a fascinar.
Le escribo a Jorge y le digo que el libro me encanta y que estaré encantado de presentarlo.
Me dice que la autora es Amarna Miller y me pregunta que si la conozco, a lo que le respondo:
"No, esto es lo primero que leo de ella"…
Si, Amarna, debo confesar aquí, ante los terrícolas, que yo no te conocía…
No miento: no te conocía, pero me declaro inocente, su señoría, y aquí dejo asentada mi coartada: a mi edad, 44 años, yo ya soy más de MILFS...
Pero, más allá de clasificaciones, decirte que lo mejor que se le puede desear a cualquiera que haga cosas es que, no importa cuántos le conozcan pero, ojalá, siempre quede mundo por conocerle.
Y ojalá el que escribe esto siga siendo así de ignorante porque la ignorancia es la madre de la capacidad para maravillarse.
¡HIP! ¡HIP! ¡HURRA!
…por la ignorancia y el maravillarse.
Si bien no me interesaron los detalles de la autora cuando leí por primera vez el libro, no nos engañemos: a todos nos interesa los detalles de los autores y nos interesa, luego, descubrir o intuir esos detalles en su obra.
Sí, me fascinó el libro, desconociéndote, autora, y, luego, autora, me fascinó saber quién eras.
Pero, ahora bien, pongamos las fascinaciones en su lugar: si después de haber leído “El manual de psiconáutica” me hubiera enterado que tú, autora, eras la monja Sor Lucía Caram, también me hubiera fascinado, e, incluso, puede que mucho más…
¡HIP! ¡HIP! ¡HURRA!
…por la fascinación.
Dicho esto, y siguiendo con las clasificaciones, yo podría decir que las actrices y actores del porno pertenecen a un grupo totalmente opuesto al mío. Para mí ellos están en el mismo grupo que los Deportistas de elite, como los jugadores de fútbol o la selección de natación olímpica: esa gente que trabaja moviéndose mucho.
Yo, en cambio, como escribiente y dibujante de humor, pertenezco al grupo de los trabajan sentados: pertenezco a la familia de los taxistas, los administradores de fincas y las tejedoras de ponchos del altiplano.
Sin embargo, también podemos clasificarnos de otra forma, y ahí sí que descubriremos que, actriz porno y humorista, pertenecemos al mismo grupo terrícola.
Piensen: cuando cae un fascismo y empieza la democracia hay dos fenómenos que surgen inmediatamente como flores del mal: el Destape y las revistas satíricas.
Nadiuska y el Papus. Josele Román y Hermano Lobo.
¿Y no es acaso este porno de hoy nieto de aquel destape?
¿Y no es acaso Mongolia hija de aquellas revistas satíricas?
Ambos, fantasía sexual y humor, se dieron la mano allá lejos y hace tiempo en el género de la Revista. Aquel espectáculo, a la vez marginal y popular, de vanguardia involuntaria y tierna decadencia, viciado de los prejuicios de su tiempo y, a un tiempo, rompedor inconsciente de los prejuicios de su tiempo.
Piensen: el porno y el humor son dos artefactos culturales que hemos inventado para provocarle placer a los otros.
Piensen: risa y orgasmo son de la misma familia: la familia del placer. Ambos, risa y orgasmo, desencadenan dosis de dopamina en el cerebro de los otros.
Piensen: trabajadores del porno y trabajadores del humor somos ambos camellos de dopamina.
Piensen: humoristas y pornógrafos obtenemos placer dándole placer a otros.
Piensen: tanto en el sexo como en el humor, la literatura y la música lo más importante es el control del tempo.
Y, por último...
Piensen: la sátira es el género literario burlesco y mordaz y, en la mitología grecorromana, sátiro es una divinidad lasciva que acompaña a Dioniso, dios de la locura ritual y el éxtasis: ambas palabras tienen el mismo origen etimológico.
¡Toma ya!
Vemos un ejemplo más claro para que entiendan por qué Amarna y yo, y el porno y Mongolia, pertenecemos a la misma familia:
* El porno tiene sus abiertos y fieles seguidores: como Mongolia.
* El porno tiene un grupo numeroso que lo sigue a escondidas pero que no lo confiesa: como Mongolia.
* El porno se topa siempre con un sector moral que lo desprecia: como Mongolia.
* El porno es consumido en privado pero muchas veces negado en público: como Mongolia.
* El porno es despreciado por la derecha y visto con desconfianza por algunos sectores de la izquierda…
¡Coño! ¡Como Mongolia!
¡HIP! ¡HIP! ¡HURRA!
Por el placer y por el desprecio.
Clasifiquemos ahora el libro de Amarna, este: “El manual de psiconáutica”.
Primera clasificación: A este libro lo podríamos clasificar como un libro inclasificable.
“El manual de psiconáutica” es una mezcla de fotos y textos, de arte visual y palabra, mezcla de recuerdo y confesión, mezcla de poesía y relato, de fiesta y de melancólica, mezcla de extroversión e introspección. Como una luz tenue, pero también como toda luz, ilumina y al mismo tiempo crea nuevas sombras.
Un libro que nos invita a viajar a la única patria cierta que tenemos los humanos y que es la infancia. A su infancia, la de Amarna, infancia a la que le dedica el libro. La infancia es la única patria que tiene, como sentido último, el convertirte en un expatriado de tu pasado, y este es el libro de una expatriada de la infancia.
Este libro, “Manual de psiconáutica”, es una invitación convertir lo perdido en encontrado. Es el cuaderno de una viajera de su memoria, a sus paisajes bellos y desconcertantes.
Y esta Amarna, la del libro, a diferencia de la otra Amarna, la de la pantalla, se la puede tocar, su tacto es la del árbol que dio su vida para que se fabricaran sus páginas. A esta Amarna, la del libro, a diferencia de la de la pantalla, se la puede oler: su olor es el de la madera, el pegamento y la tinta.
¡Intenten oler un Ipad y verán que no huele a nada!
El libro es una puerta a una pequeña habitación de la verdadera intimidad de Amarna que ella, autora y dueña de sus llaves, nos ha abierto para invitarnos, amablemente, a entrar.
Todo bien, flaco, dirán ustedes, pero, entonces… ¡¿Como mierda clasificaría al libro?!
Bien, va: lo clasificaría como un libro que yo le regalaría a John Waters, a David Lynch, a Cronenberg, a Buñuel y a Berlanga.
“El manual de psiconáutica” de Amarna Miller es uno de esos preciosos y pequeños artefactos que hemos inventado los terrícolas para dar placer: como el porno, como el chocolate, como un disco y como el humor.
Y como todas esas cosas tiene, también, vocación de fetiche.
Así que:
¡Declaro a Amarna Miller emperatriz de sueños y pesadillas!
HIP HIP… ¡HURRA!
¡Declaro a su libro como nuestra nueva guía de viajeros cerebrales!
¡HIP! ¡HOP! ¡HURRA!
¡Y declaro a este, “El manual de psiconáutica”, como animal a rayas de la familia de las cebras y los tigres!
¡HIP! ¡HIP! ¡HURRA!
Y, ahora sí, os invito, terrícolas, a pertenecer a esta otra clasificación: la de aquellos que hemos leído el primer libro de Amarna Miller.
De nada, terrícolas.