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"Sólo restablecer la esclavitud podría salvar a los negros", por Vázquez de Sola
Vázquez de Sola se pregunta por qué los negros han perdido todo su valor mercantil
Enrique IV de Francia decidió que sus buenos súbditos deberían comer gallina todos los domingos. Proliferaron las granjas avícolas hasta el punto de que, hoy día, la carne de pollo, fabricada en cadena, al por mayor, deprisa y corriendo, ya no tiene el valor sibarita de otros tiempos. Que se atragante con sus huesos el populacho.
La carne de conejo sería apreciable a condición de regular su natalidad. No fue así y, después de ser eliminados como una plaga en Australia, el doctor Armand-Delite utilizó toda su sapiencia biológica para inocular el virus que acabara con la maldita raza lagomorfa en Europa.
En otros benditos tiempos, los negros eran apreciados por los grandes de este mundo: no diremos que valían su peso en oro, pero por ellos se pagaban buenos maravedís. Los cazaban y trapicheaban con ellos, españoles, ingles, franceses, portugueses, holandeses… los colonos del nuevo mundo se los disputaban. Era necesario cuidarlos, alimentarlos, no maltratarlos salvo en caso de necesidad. Si era imprescindible ahorcarlos porque miraran de frente al amo, debía valorarse la pérdida que representaba en lo económico…
En mala hora se abolió la esclavitud. Ahora los negros, al igual que las gallinas y los conejos, han perdido todo su valor mercantil. Abandonados a su suerte, vienen como fieras hambrientas, como hormigas tambochas en marabunta, hasta los pueblos civilizados para robar comida, arrasando todo a su paso. Es urgente exterminarlos, acabar con la plaga.
Algún doctor Armand-Deleite ha decidido aislar el virus del SIDA, el del ébola, lanzándolo en África y, como hizo Jehová en Sodoma, salvar exclusivamente de la hecatombe a un Lot de blancura inmaculada y a la esposa blanca del dios blanco.
Un fraile blanco, una monja blanca, misioneros — ¿qué misión cumplían?— que ni siquiera estaban especialmente contagiados. A su rescate acudió, presto y veloz, el Ministerio Bélico. ¿Por qué no el Sanitario? ¿Por qué?
Da que pensar…
Sobre las otras monjas, negras ellas y los miles de moribundos, negros ellos, cayó, sigue cayendo, el castigo merecido por los hijos de Cam: el exterminio, la solución final. Lo que estamos viendo, viviendo y haciendo, a mí me pone negro ¿Y a usted?
La carne de conejo sería apreciable a condición de regular su natalidad. No fue así y, después de ser eliminados como una plaga en Australia, el doctor Armand-Delite utilizó toda su sapiencia biológica para inocular el virus que acabara con la maldita raza lagomorfa en Europa.
En otros benditos tiempos, los negros eran apreciados por los grandes de este mundo: no diremos que valían su peso en oro, pero por ellos se pagaban buenos maravedís. Los cazaban y trapicheaban con ellos, españoles, ingles, franceses, portugueses, holandeses… los colonos del nuevo mundo se los disputaban. Era necesario cuidarlos, alimentarlos, no maltratarlos salvo en caso de necesidad. Si era imprescindible ahorcarlos porque miraran de frente al amo, debía valorarse la pérdida que representaba en lo económico…
En mala hora se abolió la esclavitud. Ahora los negros, al igual que las gallinas y los conejos, han perdido todo su valor mercantil. Abandonados a su suerte, vienen como fieras hambrientas, como hormigas tambochas en marabunta, hasta los pueblos civilizados para robar comida, arrasando todo a su paso. Es urgente exterminarlos, acabar con la plaga.
Algún doctor Armand-Deleite ha decidido aislar el virus del SIDA, el del ébola, lanzándolo en África y, como hizo Jehová en Sodoma, salvar exclusivamente de la hecatombe a un Lot de blancura inmaculada y a la esposa blanca del dios blanco.
Un fraile blanco, una monja blanca, misioneros — ¿qué misión cumplían?— que ni siquiera estaban especialmente contagiados. A su rescate acudió, presto y veloz, el Ministerio Bélico. ¿Por qué no el Sanitario? ¿Por qué?
Da que pensar…
Sobre las otras monjas, negras ellas y los miles de moribundos, negros ellos, cayó, sigue cayendo, el castigo merecido por los hijos de Cam: el exterminio, la solución final. Lo que estamos viendo, viviendo y haciendo, a mí me pone negro ¿Y a usted?
VÁZQUEZ DE SOLA