print $title?>
"¡Hola!, Mongolia", por Andrés Vázquez de Sola
El maestro nos sigue mandando cartas y nosotros le escuchamos
Tenéis toda la razón del mundo, compañeros de Mongolia:
Estáis en lo alto de la Hola, ole. La labor de un periódico de opinión que se pretende satirista, debe ser panfletaria, irreverente, directa, lúcida, inconformista; Que nunca le falten ni las palabras ni la audacia, como dice el poema de Paul Eluard, Elegir cada vocablo utilizado en la diatriba, o la exageración fantasiosa del grafismo, es opción de cada autor, a condición de poseer, aparte la convicción, la audacia, la palabra adecuada y una información debidamente contrastada. En la sátira social y política debe primar, ante todo, lo ideológico. Esto no significa, en absoluto, obediencia a Partidos o Grupos, sino únicamente a la idea que, de lo social y lo cívico tenga, unido a un conocimiento y análisis profundo de la actualidad y los acontecimientos históricos que la van conformando. En nuestro oficio nada puede ser sagrado, ni tabú, ni intocable.
Ni dios ni amo.
No reconocemos más límite que nuestra propia conciencia y la seguridad de estar en lo (polémicamente) justo. Nuestra labor debe entenderse como una advertencia, una regañina, un aviso con acuse de recepción a quien, desde cualquier Poder, infrinja impunemente las reglas de la convivencia. Es corriente utilizar caricaturas de los responsables –o irresponsables- a la manera de ideogramas, utilizando la jeta de Alguien para personificar un algo. Pero únicamente para eso: icono o ideograma representativo de algo, y no en tanto que Alguien, que persona privada. Al menos que ese Alguien, persona privada, Rey o Roque, cometa tropelías personalmente. El gran Daumier caricaturizó al rey Luis Felipe de Francia como una pera, y es que en Francia, a un majadero que no vale dos reales, se le valora como una pera.
Por muy desorbitada, exagerada, excesiva, injuriosa y hasta blasfema que sea nuestra denuncia, nunca lo será tanto como los hechos denunciados. No hacemos sino señalar las taras, abusos, corruptelas y crímenes que cometen, e intentan ocultar, los Poderes del cielo y de la tierra. ¿Dónde estaría entonces el límite en la libre expresión de la idea, con sus metáforas y alegorías mordaces y hasta insultantes para el Alguien culpable del algo? Precisamente separar, sin posibilidad ninguna de error, lo que Castilla del Pino define y diferencia como persona (privada) y como personaje (público), sin entrar jamás en la vida íntima ni familiar del personaje público que, en ese caso, se convertiría en persona privada. Salvo si, excepcionalmente, existiera alguna familia, real o ficticia en la que muchos de sus miembros estén salpicados: hijas, yernos, primos… y hasta el patriarca estén pringados hasta la coronilla. En este caso, personaje y persona, ambos se confunden. Las personas reales se convierten en personajes-ideograma y viceversa.
Nada tiene de extraño que nos indigne que haya quien, amparándose tras el burladero del poder real, o el fáctico, estafe, robe y se apropie de unos caudales que podrían evitar recortes en el presupuesto de la sanidad pública, deje sin techo a miles de familias, obligue a ayunar a cientos de miles de niños a quienes priva también de escuelas y restrinja medicamentos a los enfermos. ¿Podemos callar ante eso? Si añadimos a nuestra lista las masacres contra los inmigrantes, ¿Se nos puede culpar de hablar de genocidio? Antes que nosotros, Marcial, Menipo, los hermanos Becquer o Larra, y Goya, Gross o Daumier, fustigaron costumbres y hechos de sus épocas, que aún continúan repitiéndose machaconamente: Corrupción, Monarquia, Religión, Ejército, Gobierno, Justicia, Clases Sociales...
La sátira se nos presenta como cruel, despiadada, hiriente… ¿Lo es más que los hechos denunciados? ¿Es más despiadado, cruel e hiriente constatar y denunciar cómo se enriquecen quienes condenan al paro a millones de trabajadores, quienes les echa de sus hogares, quienes impiden el alivio de sus dolencias cerrando hospitales desde la opulencia, quienes asesinan a los inmigrantes, que denunciar estos hechos, tratando de limitar el crimen y sus consecuencias? ¿Es más doloso señalar con el dedo, o con la pluma o con el lápiz, la corrupción y a los corruptos; el latrocinio y a los ladrones; el engaño y a los trileros; el crimen racista y a los instigadores, que ser corrupto, ladrón, trilero o genocida?
En cuanto a las almas sensibles que se escandalizan con ciertas vulgaridades de Mongolia, les recordaremos que poetas como Rabélais, Quevedo, Beaudelaire, Swift y hasta Teresa de Ávila, sufrieron en su tiempo el desprecio de los administradores del buen gusto. Si actuáramos, como otros lo hacen, con moderación, con gentileza, con bellas fotos de gente guapa gracias al maquillaje que oculta su podredumbre, correríamos el riesgo de convertirnos en cortesanos y seríamos cómplices necesarios de los corruptos. Es evidente que no me refiero a Hola, ni a ningún otro periódico similar.
Además, un buen abogado –y Mongolia lo tiene- siempre puede aducir un argumento, para mí poco convincente, pero que la Ley acepta como eximente del delito de injurias: el ánimus iocandi.
Vuestro viejo amigo, orgulloso de ser vuestro compañero, siempre solidario, os abraza.
Estáis en lo alto de la Hola, ole. La labor de un periódico de opinión que se pretende satirista, debe ser panfletaria, irreverente, directa, lúcida, inconformista; Que nunca le falten ni las palabras ni la audacia, como dice el poema de Paul Eluard, Elegir cada vocablo utilizado en la diatriba, o la exageración fantasiosa del grafismo, es opción de cada autor, a condición de poseer, aparte la convicción, la audacia, la palabra adecuada y una información debidamente contrastada. En la sátira social y política debe primar, ante todo, lo ideológico. Esto no significa, en absoluto, obediencia a Partidos o Grupos, sino únicamente a la idea que, de lo social y lo cívico tenga, unido a un conocimiento y análisis profundo de la actualidad y los acontecimientos históricos que la van conformando. En nuestro oficio nada puede ser sagrado, ni tabú, ni intocable.
Ni dios ni amo.
No reconocemos más límite que nuestra propia conciencia y la seguridad de estar en lo (polémicamente) justo. Nuestra labor debe entenderse como una advertencia, una regañina, un aviso con acuse de recepción a quien, desde cualquier Poder, infrinja impunemente las reglas de la convivencia. Es corriente utilizar caricaturas de los responsables –o irresponsables- a la manera de ideogramas, utilizando la jeta de Alguien para personificar un algo. Pero únicamente para eso: icono o ideograma representativo de algo, y no en tanto que Alguien, que persona privada. Al menos que ese Alguien, persona privada, Rey o Roque, cometa tropelías personalmente. El gran Daumier caricaturizó al rey Luis Felipe de Francia como una pera, y es que en Francia, a un majadero que no vale dos reales, se le valora como una pera.
Por muy desorbitada, exagerada, excesiva, injuriosa y hasta blasfema que sea nuestra denuncia, nunca lo será tanto como los hechos denunciados. No hacemos sino señalar las taras, abusos, corruptelas y crímenes que cometen, e intentan ocultar, los Poderes del cielo y de la tierra. ¿Dónde estaría entonces el límite en la libre expresión de la idea, con sus metáforas y alegorías mordaces y hasta insultantes para el Alguien culpable del algo? Precisamente separar, sin posibilidad ninguna de error, lo que Castilla del Pino define y diferencia como persona (privada) y como personaje (público), sin entrar jamás en la vida íntima ni familiar del personaje público que, en ese caso, se convertiría en persona privada. Salvo si, excepcionalmente, existiera alguna familia, real o ficticia en la que muchos de sus miembros estén salpicados: hijas, yernos, primos… y hasta el patriarca estén pringados hasta la coronilla. En este caso, personaje y persona, ambos se confunden. Las personas reales se convierten en personajes-ideograma y viceversa.
Nada tiene de extraño que nos indigne que haya quien, amparándose tras el burladero del poder real, o el fáctico, estafe, robe y se apropie de unos caudales que podrían evitar recortes en el presupuesto de la sanidad pública, deje sin techo a miles de familias, obligue a ayunar a cientos de miles de niños a quienes priva también de escuelas y restrinja medicamentos a los enfermos. ¿Podemos callar ante eso? Si añadimos a nuestra lista las masacres contra los inmigrantes, ¿Se nos puede culpar de hablar de genocidio? Antes que nosotros, Marcial, Menipo, los hermanos Becquer o Larra, y Goya, Gross o Daumier, fustigaron costumbres y hechos de sus épocas, que aún continúan repitiéndose machaconamente: Corrupción, Monarquia, Religión, Ejército, Gobierno, Justicia, Clases Sociales...
La sátira se nos presenta como cruel, despiadada, hiriente… ¿Lo es más que los hechos denunciados? ¿Es más despiadado, cruel e hiriente constatar y denunciar cómo se enriquecen quienes condenan al paro a millones de trabajadores, quienes les echa de sus hogares, quienes impiden el alivio de sus dolencias cerrando hospitales desde la opulencia, quienes asesinan a los inmigrantes, que denunciar estos hechos, tratando de limitar el crimen y sus consecuencias? ¿Es más doloso señalar con el dedo, o con la pluma o con el lápiz, la corrupción y a los corruptos; el latrocinio y a los ladrones; el engaño y a los trileros; el crimen racista y a los instigadores, que ser corrupto, ladrón, trilero o genocida?
En cuanto a las almas sensibles que se escandalizan con ciertas vulgaridades de Mongolia, les recordaremos que poetas como Rabélais, Quevedo, Beaudelaire, Swift y hasta Teresa de Ávila, sufrieron en su tiempo el desprecio de los administradores del buen gusto. Si actuáramos, como otros lo hacen, con moderación, con gentileza, con bellas fotos de gente guapa gracias al maquillaje que oculta su podredumbre, correríamos el riesgo de convertirnos en cortesanos y seríamos cómplices necesarios de los corruptos. Es evidente que no me refiero a Hola, ni a ningún otro periódico similar.
Además, un buen abogado –y Mongolia lo tiene- siempre puede aducir un argumento, para mí poco convincente, pero que la Ley acepta como eximente del delito de injurias: el ánimus iocandi.
Vuestro viejo amigo, orgulloso de ser vuestro compañero, siempre solidario, os abraza.
VAZQUEZ DE SOLA